Creo que coincidirán conmigo en que la afirmación que he
comentado se ha convertido en una especie de sacramento para muchos ciudadanos.
Y lo más curioso de todo es que poco importa ya la procedencia o posición
social de esta persona. Se le puede escuchar a un estudiante universitario y también
a un “apolítico” que pasa de todo “porque eso no tiene nada que ver con él”. El
fondo del asunto es, al fin y al cabo, por qué esta idea ha tenido tanto calado
y sobre todo a quién interesa que esto sea así.
Seamos justos. Cabe reconocer que la política ha cambiado a
lo largo de la historia. Las diferencias ideológicas ya no son las que eran, y
como todo, esto tiene su lado positivo y su lado negativo. Evidentemente, la
mejor parte de todo esto es que los conflictos han caído espectacularmente en nuestro
mundo contemporáneo. A día de hoy nadie se mata en España por esto, y dos
personas pueden ser amigos a pesar de que cada uno mira hacia un sitio
(entiéndase, hacia la izquierda y la derecha).
Es posible que lo peor de todo sea la renuncia de una de las
dos tendencias. Y es indudable que fue la izquierda en un período histórico la
que cedió terreno, ya sea a través de la caída de la URSS, la reconversión de
China o las concesiones de los comunistas en la transición española. Cualquier
ejemplo sirve. En cualquier caso, gracias a la contrarrevolución cultural
llevada a cabo por Thatcher y Reagan en la década de los 80, la política en
Europa y América ha dado un giro importante y casi irreversible hacia la
derecha.
Ahora bien: ¿Justifica este hecho, indudable, la frase
“todos los políticos son iguales”? En mi opinión no, claro que no. Particularmente,
me gustaría que las cosas funcionasen de otra manera, que jamás se hubiese
llevado a cabo este triunfo neoliberal y conservador que está trayendo el fin
del Estado del bienestar. Sin embargo,
me parece peligrosísimo meter a todos en el mismo saco, incluidos los que tan
mal lo están haciendo en la izquierda.
El que no duda en afirmar que PP y PSOE son lo mismo, está
condenado a toparse ante la cruda la realidad. No lo son, y nunca lo serán. Por
mucho que en la política económica ambos se vean obligados a tomar decisiones
que marcan Merkel y el FMI. Quien le da igual votar a un partido o a otro, se
encuentra con que unos están a favor del aborto, y otros no. Que unos aprueban
una ley para la Dependencia, y otros la reducen. Que unos tienen una idea de lo
que es la educación, y otros tienen otra muy diferente. Que unos entienden que
la sanidad debe ser pública y otro no tanto.
Por supuesto, no me vale que la corrupción les hace ser
iguales. Eso imposibilitaría a cualquier ser humano a ocupar un cargo público,
ya que por desgracia hemos podido comprobar a lo largo de la historia que meter
la mano en el bolsillo de otros está exento de ideologías. Ha habido corruptos
en la Unión Soviética y en la CIA, pasando por el Ayuntamiento de Marbella.
Si defiendo la política y la declaro como elemental, no es
porque esté rindiendo como debería. Es porque alejándonos de la batalla de las
ideas, solo veo una salida: Un militar pegando tiros en el Congreso. Por eso no
comparto la idea de participar en el descrédito hacia la política. Solo su
reconversión y transformación puede ser una salida válida, su destrucción es
nuestra condena. A menos a corto plazo. Creo que no nos hemos percatado de una cosa. La política es algo público, de hecho, es lo más público que hay. ¿Por
qué aún no hemos caído en la reflexión sobre si, junto a la educación o
la sanidad, forma parte de la estrategia que intenta hacer ver que lo
público no funciona, para que deje de serlo?