lunes, 19 de agosto de 2013

Sobre la escritura

          Puede que cualquier otra persona hubiese tenido una reacción muy diferente tras ver El efecto mariposa. Sin embargo yo no le di apenas vueltas a la que quizás sea la enseñanza más importante de la película: Dejar las cosas como están, no plantearse qué podría haber pasado si tal cosa hubiese sucedido de manera distinta. Centré mi atención en lo que más me atañe, es decir, la recuperación de los recuerdos. Me concierne porque dicha recuperación es un proceso absolutamente necesario para cualquiera que se dedique, ya sea profesionalmente o no, al proceso de la escritura.

          Estamos hechos de recuerdos, de vivencias, de anécdotas. Estamos hechos de nuestros deseos, pasiones, frustraciones, de nuestros sueños, tanto de los que seguimos empeñados en conseguir como de los que desechamos. Es posible que estemos sobre todo fabricados de tal forma, que precisamente sea aquello doloroso que nos ha pasado, lo que nos marque de por vida, nos dé un carácter, una identidad y unos valores muy determinados. Pues bien, no conozco mejor método de conocerse a uno mismo, que a través de ponerse a escribir. Y creo que cualquiera que haya probado esto me dará la razón sin vacilar un solo instante.

          Aunque la experiencia que yo ahora mismo pueda poseer es relativamente pequeña, es más que suficiente para afirmar lo anteriormente dicho. Pocas veces uno se pone a crear una historia, a escribir un artículo, reportaje o noticia, con la intención de soltar lo que lleva dentro -aún así, esto también existe-. Ya sea un caso u otro, el bálsamo que se recibe es monumental, en especial para el que lo ha hecho inconscientemente. Uno percibe que aquello que se ha sacado de la manga, realmente se lo ha sacado de un lugar mucho más profundo de su ser. Que, intencionadamente o no, el texto que acaba de crear tiene su ADN y su genética, como si de un hijo se tratase.

          Es un buena experiencia poder observar como aquello que uno tenía escondido dentro de sí, que al parecer no era más que un viejo recuerdo, una anécdota que no se sabía bien por qué se le había quedado grabada, es algo mucho más grande. Se convierte en un elemento que tiene dos caras: La primera es la obtención de un producto de calidad a través de algo muy puro, que ha nacido dentro de nosotros mismos. La segunda es el bálsamo antes citado, la liberación, la sensación de que por medio de ese producto obtenido, también hemos conseguido una salvación propia.

          Es posible que ésta sea la recompensa que ofrece la escritura. La escritura te da mucho, cuando tú le das mucho. Si uno le da un producto que quede para siempre en los anales de las letras, sin duda alguna la recompensa interior es sin igual. Es un gran intercambio, a mi parecer. Además, siempre está presente la universalización. Se trata del proceso en el que un elemento, al parecer pequeño e insignificante, se transforma en algo que adquiere una talla mundial. Y, por supuesto, no me refiero a la fama, si no al hecho de que nuestra experiencia se convierte en la experiencia de todos (de todo el que nos lea).

          Para finalizar, querría hacerles reflexionar acerca de un fenómeno. ¿Por qué es por todos creído (me incluyo) que es mejor escribir por la noche? ¿Por qué estamos más inspirados? O, incluso ¿Por qué muchos creen que es mejor escribir en el momento en el que uno se siente mal, angustiado?  Creo haber encontrado algunas respuestas. Es probable que sea mejor escribir cuando ha acabado el día porque nos vemos alejados de ese barullo insoportable, también llamado por otros como "sociedad". A altas horas de la madrugada escasea el ruido, no existen las distracciones. Por lo tanto, nos vemos atrapados por nuestro yo más puro, en ese instante somos nosotros mismos... y si queremos plasmarlo, es el mejor momento.

          Respecto a la tristeza, qué puedo decirles. Somos seres humanos que a veces sobrevaloran los estados de ánimo, y es posible que percibamos con mayor claridad la penumbra de nuestros sentimientos, paradójicamente. No quiere decir que cuando estemos alegres todo lo que escribamos sea malo, simplemente creemos menos en ese momento en nosotros mismos, y nos gusta exaltar nuestra melancolía. No se me ocurre cómo ponerle punto y final a esto, que me ha quedado mucho más largo de lo que intuía, será que dentro de mí tenía mucho más que decir de lo que hubiese imaginado al comenzar.

sábado, 10 de agosto de 2013

No me hagan mucho caso

Bajo un sol de justicia me encontraba esta mañana, en pleno centro, con el verano dándome más fuerte que nunca en la nuca. Llevaba en la mano A sangre fría de Truman Capote. Lo había comprado a raíz de fascinarme por la historia del escritor y el proceso de creación de la obra, algo que por cierto recomiendo seguir a todo el mundo. Sin embargo, sería un poco más tarde cuando me diese cuenta de por qué necesitaba tener ese libro, justo en ese momento. Sí, necesitaba el primer relato de "no ficción". Confiaba en que al poder leer una novela que en realidad se trataba de unos hechos reales perfectamente construidos para el gran público, yo pudiera conseguir en ese momento el efecto contrario. Sí, que la realidad que me rodeaba, fuera ficción, una mera novela. Y no se crean que busqué este efecto por voluntad propia, no, mas bien era una cuestión moral, lo que a la larga era y es para mí y para todos una cuestión de supervivencia.

Evasión. Puede que alguno piense que es una solución cobarde, pero en ocasiones no tenemos otro remedio que ser ajenos a nuestra realidad. Y esto no significa no sufrir, no padecer, si han pensado que es una solución fría se equivocan, es una solución hecha a medida para los que nos vemos atrapados por esos problemas que son a la vez tan mundanos como imposibles de erradicar. Mientras ese sol entrecortaba mi perspectiva, y mi libro me daba ese poder mágico de intercambiar realidad y ficción, me veía atrapado por la banda sonora de nuestras calles. Y es que me gustaría comentar sin ninguna frivolidad el aumento considerable de hombres sin hogar, vagabundos, gente sin casa, sin familia, enfermos, personas sin recursos que hay en nuestro día a día. Ya no es posible salir a la calle sin toparse con más de dos y de tres rostros que representan la cara oculta de nuestra sociedad.

Por suerte hoy, yo tenía mi arma, mi novela. Pero no es oro todo lo que reluce. A sangre fría había actuado cómo el bisturí del padre de Millás (abría la herida y la cicatrizaba al mismo tiempo). Sin duda en ese momento el hecho de tener una novela en mi mano, y el hombre que me pedía no tener más que un cartón, me hizo sentir miserable. Hizo que me replanteara hasta que punto yo y todos sacamos de quicio problemas, que no sé cómo nos atrevemos a llamar problemas. Pero no se equivoquen, no pretendo juzgar aquí a cada uno, no, más bien esto es una confesión, para que me perdonen a mí y a todos los que usamos después lo que abrió la herida (en este caso un libro, pero también puede ser una película) como método de escapada, de huida de la realidad.

A partir de este momento cada vez que encuentre a mi paso un elemento de nuestra sociedad que no me guste especialmente, haré el proceso contrario que Truman Capote. Novelizaré cada realidad que merezca ser ficticia e imaginaria. Porque ya saben, en nuestras calles nos podemos topar con indigentes, y con el otro extremo de la raza humana: Chicas que no superan los quince años y llevan unas horrendas camisetas de baloncesto (de imitación por supuesto) y que dejan por los suelos el número que Michael Jordan hizo grande, el 23. Aunque he de confesarles algo, el genio Jordan también se ha apuntado a ficcionar la realidad, si no, no se entiende que le sorprenda el hecho de que llevarse esos millones que se lleva al año no tenga un lado negativo. El capitalismo neoliberal que lo llaman. Y no me llamen comunista que les veo venir.

No obstante, y ya para finalizar, si no les gusta lo que les rodea, o no se gustan ustedes mismos, yo les ofrezco una solución todavía más barata que leer o ver una película. Cuando nadie les vea, vayan a la habitación de sus suegros. Rebusquen en los cajones hasta dar con los calzoncillos más caros que hayan visto jamás. Superen el miedo que les puede dar usar esa ropa interior y póngansela. Acto seguido salgan a la calle. Es posible que el problema que existía a su alrededor no se haya marchado, pero sin ningún lugar a dudas usted lo verá de manera diferente. Estoy plenamente convencido de que la ropa interior tiene un efecto mágico que da la personalidad de su dueño a quien los use. Tras decir esto quizás alguno esté pensando en usar la faja de su suegra, no lo sé. Y perdonen, hoy he confundido la realidad con la ficción. Acabaré el artículo cómo le gustaría a mi madre: No me hagan mucho caso.