lunes, 14 de noviembre de 2016

El monstruo necesario



“Qué calor voy a pasar en Madrid en verano” es una de las cosas que primero pensé al ver ‘Que Dios nos perdone’ la nueva película de Rodrigo Sorogoy. El ambiente sofocante de la capital española en el verano de 2011, cuando a las habituales altas temperaturas se añadió la agobiante y polémica del papa Benedicto XVI, no es un escenario escogido al azar. El contexto que se busca para contar la historia es muy claro: un estrés que acompañe al ya de por sí asfixiante caso policiaco. Un thriller intrépido.

La personalidad de los protagonistas va de la mano de este entorno enfermizo. Los dos policías de homicidios y violencia sexual son interpretados por Roberto Álamo y Antonio de la Torre. Es de esas ocasiones en las que te preguntas si el director había pensado en ellos cuando dio forma a los protagonistas en su cabeza. Sí, ambas interpretaciones son magistrales, especialmente en el caso de Álamo, que hace al personaje suyo por completo. En cuanto a de la Torre, he perdido la cuenta de las ocasiones en las que le he visto de sobresaliente.

Podríamos decir que uno hace de poli bueno y otro de poli malo. Estaríamos simplificando. Ambas personalidades son complejas y cambiantes. De hecho, la manera de ser de cada uno influye de forma muy notable en su lado profesional, pero a la inversa. Es decir, su labor policiaca les permite desinhibirse. Me ha recordado a una frase de mi abuelo sobre el fútbol: “Allí van a gritar los que en casa no pueden hacerlo”. El policía que en su trabajo es una auténtica bestia, no consigue dominar su entorno privado. Es capaz de pegar a un compañero, pero una simple adolescente le cierra la puerta en la cara. El otro, mucho más comedido de cara a la galería, está tan atormentado o más que su compañero. Y de tranquilo tiene poco.



Como todo thriller, hay un malo. Les aseguro que es un malo malísimo, de estos que el espectador desea que acabe sufriendo. Se trata de un maníaco sexual que viola y asesina a ancianas de manera brutal. El personaje está, al igual que ocurre con “los buenos”, perfectamente construido. Además, está muy bien contado el proceso en el que se descubre la identidad del asesino. Podemos encontrar falsas pistas, pistas reales muy bien explicadas y planificadas y un recurso innovador. Bueno, realmente no lo es: Hithcook lo hizo en Psicosis hace más de 50 años de manera mucho más brutal matando a la protagonista a los 20 minutos y señalando al asesino. 

No les destripo nada, aquí no muere ningún protagonista al comienzo de la película, pero sí que nos dejan ver al violador antes que a los protagonistas. Es más, la narración cambia y comenzamos a ver la historia desde su punto de vista durante unos minutos. No está mal teniendo en cuenta que lo que hace casi todo el mundo es enseñar al malo muy poquito tiempo y a punto de terminar la proyección.

Como decía, aquí no hay un poli bueno y uno malo. Probablemente, no sea una película de buenos ni de malos. Es un reflejo de la enorme complejidad de nuestra sociedad, en la que, por suerte, hay personas más o menos normales, pero con sus problemas, sus carencias, sus traumas, sus obsesiones, sus defectos, sus contrastes y sus contradicciones. También hay monstruos, que no suelen nacer de la nada, por cierto. Al final de la película, a uno le queda la sensación de que el menos malo de todos necesita al monstruo para que su existencia tenga sentido. Para ser considerado el bueno. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

El milagro de la comedia



No hay nada más sano que saber reírse de uno mismo. Y no hay nada más difícil. Todos pensamos que lo hacemos y, en lo cierto, tan solo estamos en primero de Ignatius Farray. Lo que está claro es que todos y cada uno de nosotros vamos a pasar por momentos angustiosos, por fracasos, por desengaños, todos vamos a vivir decepciones y nadie se va a escapar de sentirse solo, alguna vez. No podemos cambiarlo, nada va a servir para remediarlo.

No se engañen, no se puede estar feliz siempre. De hecho, se dice que la depresión va a ser la enfermedad del siglo XXI. Lo más probable es que pasemos, aunque sea por un período breve de nuestra vida, por una depresión. Que nadie interprete que celebro esto, ya que si nos ponemos serios esto daría para un análisis político y sociológico en profundidad. Pero no quiero hablar de eso esta vez, si no de la capacidad del ser humano para relativizar lo que le pasa. El humor es un arma innata que nos da la vida. Creo que El fin de la comedia va, fundamentalmente, de eso mismo.

Se trata de una serie de seis capítulos en los que se muestra, siempre desde el punto de vista de la ficción –cada uno decide cuánta ficción hay- la vida fuera de los escenarios de Ignatius Farray. La serie está llena de momentos absurdos, de situaciones que superan la tragicomedia para llegar a causar ternura al espectador. Que nadie se espere encontrar al Ignatius de La Vida Moderna o de sus monólogos. Aquí, da más pena que otra cosa, aunque lo que vive es tan absurdo que hace reír.



Voy a contar por encima lo que pasa en el episodio 2. Habrá algún que otro spoiler, aunque creo que, sinceramente, es lo de menos. En este episodio Ignatius sufre una crisis profesional: no consigue hacer reír. Para ello llega a comprar un elixir de la risa y, por supuesto, no funciona. O quizás sí, pero no como él creía. Y es que es cuando comienza a contar en el monólogo sus miserias, como lo del elixir de la risa, cuando consigue que la gente se ría.

¿Hay que contar tus miserias para hacer humor? Hay mil maneras de hacer reír. Y una muy sana es reírte de los que te atacan, de las desgracian que te suceden y de tus defectos. No sé si esta historia es literal o una manera que tienen los guionistas de contarnos qué es para ellos el humor. Una metáfora. En cualquier caso, me parece que este tipo de humor consigue una doble terapia que lo hace milagroso: Hace que los demás disfruten y sonrían a pesar de todo y hace que uno mismo se sane y pase página. Un auténtico milagro

PD: Hace apenas dos semanas se confirmó la segunda temporada de El fin de la comedia.