La fiesta de las salchichas no es una película para
niños. Esto parece obvio una vez visto el tráiler, algo que parece que muchos
padres de este país no han aprendido a hacer. Informarse mínimamente. No sé si
habrá sido mayoritario lo que me pasó en la sala de cine: niños teniendo que
abandonar la proyección a mitad, cuando sus acompañantes adultos ya no sabían dónde
meterse.
Esta película no es para niños, y como decía es evidente
por los insultos y la violencia del tráiler. Sin embargo, lo que quizás muchos
adultos tampoco esperábamos es que detrás de esta gamberrada hubiera tanta filosofía
y tanto existencialismo. Así que me toca decir que el film no es, por supuesto,
para los más pequeños, y probablemente tampoco sea para todos los adultos.
Este proyecto de animación habla sobre la muerte, la
religión y los placeres de la vida. Las comidas que protagonizan la película
viven en un supermercado y cada día desean ser compradas por los humanos, a los
que consideran dioses que les llevarán a un paraíso prometido. Solo los que
salen se dan cuenta del peligro que corren en el supuesto edén y que todo era
una farsa. A partir de aquí haré spoilers de la película. No considero que se
la destripe a nadie, ya que no tiene una trama de misterio en la que se desvele
ningún gran secreto. De hecho, reflexionar sobre ella pueda ayudar a verla.
Pero lo aviso por si acaso.
La fiesta de las salchichas es un espejo para todos
nosotros. Nos colocan frente a nuestra propia realidad, aunque para ello se use
a la comida. Estos alimentos tienen ritos. Al igual que los humanos creyentes
rezan, ellos tienen una canción para atraer a los dioses, y así, ser elegidos. Quizás
el universo de esta película pueda ser similar al que vivió la humanidad en otro
momento, en el que el ateísmo no se contemplaba y todo el mundo era creyente.
El caso es que Frank, la salchicha protagonista,
descubre una importante verdad. Tres alimentos no perecederos le confiesan que
ellos se lo inventaron todo hace muchos años, para mantener la calma y generar
esperanza y así garantizar una cierta estabilidad. Y es esta gran verdad la que
sitúa a los personajes en una cuestión en la que los humanos llevamos inmersos
toda nuestra existencia. Dado que, por mucho que el paraíso sea una falsedad,
la alternativa no existe, y un enfrentamiento con los humanos es una utopía,
¿no es mejor esta mentira piadosa? ¿No es preferible que los alimentos vivan
con esperanza y que solo sea en su final cuando descubran la verdad?
El problema no es pensar que una opción es mejor o
peor que la otra, ya que lo ideal es que cada uno viva de acuerdo a lo que le
haga más feliz. El problema es que en la película, tal y como nos pasa a
nosotros, el precio de mantener este orden social son unas normas estúpidas e
inhumanas. Las comidas, que tienen una sexualidad, también, igual a la que
podemos tener nosotros, deben contenerse y frenar sus instintos porque en el
paraíso es cuando deben dejarse llevar. Por supuesto, recuerda a los
sacrificios que las religiones que conocemos imponen como método para llegar a
la vida que hay después de la muerte.
Otro elemento vital en la película es cuando Frank
trata de hacer ver a los demás que les están mintiendo. Incluso les enseña
pruebas, un libro de cocina que muestra cómo acabarán todos. Y nadie le quiere
creer. El símil es evidente: Hoy en día la ciencia contradice en muchos
aspectos a la religión. Y, en el fondo, esto es estúpido, ya que no se puede
combatir la fe, que es algo que da esperanza, con datos o pruebas, ya que por
muy verídicos que sean no aportan calidad de vida: condenan a todos y no
aportan alternativa, a priori.
Pero no nos olvidemos que estamos viendo una película
de dibujos animados. Nosotros no nos podemos revelar contra los dioses, pero
ellos en una divertida escena sí ponen en jaque a los humanos. Por supuesto, momentáneamente.
Y es en este preciso instante cuando surge uno de los momentos más curiosos y divertidos,
pero que también aporta una reflexión. Se trata de una orgía bestial entre
todas las comidas. Ya están liberadas, no hay paraíso ni religión y se entregan
por completo a sus deseos y pasiones. Es especialmente divertido ver como dos
comidas, una palestina y otra israelí, que se pasan la proyección peleadas, se
lanzan a la pasión desmedida una vez comprueban que lo que les separaba no es
que fuera absurdo, es que era inexistente.
Tanta filosofía no se hace pesada, ya que la película va
cogiendo ritmo a medida que avanza. Es entretenida y tiene momentos de mucho
humor, en los que se nota la mano de los creadores de Supersalidos o
Superfumados. Parecía evidente que La fiesta de las salchichas no iba a ser una
película más de dibujos animados. Como mínimo, parecía una burla a las típicas
pelis para niños. Pero, la verdad, era poco probable esperar tanta reflexión y
tanta buena idea. Es un proyecto muy logrado.