domingo, 9 de octubre de 2016

La fiesta de las salchichas: Existencialismo y filosofía


La fiesta de las salchichas no es una película para niños. Esto parece obvio una vez visto el tráiler, algo que parece que muchos padres de este país no han aprendido a hacer. Informarse mínimamente. No sé si habrá sido mayoritario lo que me pasó en la sala de cine: niños teniendo que abandonar la proyección a mitad, cuando sus acompañantes adultos ya no sabían dónde meterse.

Esta película no es para niños, y como decía es evidente por los insultos y la violencia del tráiler. Sin embargo, lo que quizás muchos adultos tampoco esperábamos es que detrás de esta gamberrada hubiera tanta filosofía y tanto existencialismo. Así que me toca decir que el film no es, por supuesto, para los más pequeños, y probablemente tampoco sea para todos los adultos.

Este proyecto de animación habla sobre la muerte, la religión y los placeres de la vida. Las comidas que protagonizan la película viven en un supermercado y cada día desean ser compradas por los humanos, a los que consideran dioses que les llevarán a un paraíso prometido. Solo los que salen se dan cuenta del peligro que corren en el supuesto edén y que todo era una farsa. A partir de aquí haré spoilers de la película. No considero que se la destripe a nadie, ya que no tiene una trama de misterio en la que se desvele ningún gran secreto. De hecho, reflexionar sobre ella pueda ayudar a verla. Pero lo aviso por si acaso.

La fiesta de las salchichas es un espejo para todos nosotros. Nos colocan frente a nuestra propia realidad, aunque para ello se use a la comida. Estos alimentos tienen ritos. Al igual que los humanos creyentes rezan, ellos tienen una canción para atraer a los dioses, y así, ser elegidos. Quizás el universo de esta película pueda ser similar al que vivió la humanidad en otro momento, en el que el ateísmo no se contemplaba y todo el mundo era creyente.

El caso es que Frank, la salchicha protagonista, descubre una importante verdad. Tres alimentos no perecederos le confiesan que ellos se lo inventaron todo hace muchos años, para mantener la calma y generar esperanza y así garantizar una cierta estabilidad. Y es esta gran verdad la que sitúa a los personajes en una cuestión en la que los humanos llevamos inmersos toda nuestra existencia. Dado que, por mucho que el paraíso sea una falsedad, la alternativa no existe, y un enfrentamiento con los humanos es una utopía, ¿no es mejor esta mentira piadosa? ¿No es preferible que los alimentos vivan con esperanza y que solo sea en su final cuando descubran la verdad?



El problema no es pensar que una opción es mejor o peor que la otra, ya que lo ideal es que cada uno viva de acuerdo a lo que le haga más feliz. El problema es que en la película, tal y como nos pasa a nosotros, el precio de mantener este orden social son unas normas estúpidas e inhumanas. Las comidas, que tienen una sexualidad, también, igual a la que podemos tener nosotros, deben contenerse y frenar sus instintos porque en el paraíso es cuando deben dejarse llevar. Por supuesto, recuerda a los sacrificios que las religiones que conocemos imponen como método para llegar a la vida que hay después de la muerte.

Otro elemento vital en la película es cuando Frank trata de hacer ver a los demás que les están mintiendo. Incluso les enseña pruebas, un libro de cocina que muestra cómo acabarán todos. Y nadie le quiere creer. El símil es evidente: Hoy en día la ciencia contradice en muchos aspectos a la religión. Y, en el fondo, esto es estúpido, ya que no se puede combatir la fe, que es algo que da esperanza, con datos o pruebas, ya que por muy verídicos que sean no aportan calidad de vida: condenan a todos y no aportan alternativa, a priori.

Pero no nos olvidemos que estamos viendo una película de dibujos animados. Nosotros no nos podemos revelar contra los dioses, pero ellos en una divertida escena sí ponen en jaque a los humanos. Por supuesto, momentáneamente. Y es en este preciso instante cuando surge uno de los momentos más curiosos y divertidos, pero que también aporta una reflexión. Se trata de una orgía bestial entre todas las comidas. Ya están liberadas, no hay paraíso ni religión y se entregan por completo a sus deseos y pasiones. Es especialmente divertido ver como dos comidas, una palestina y otra israelí, que se pasan la proyección peleadas, se lanzan a la pasión desmedida una vez comprueban que lo que les separaba no es que fuera absurdo, es que era inexistente.


Tanta filosofía no se hace pesada, ya que la película va cogiendo ritmo a medida que avanza. Es entretenida y tiene momentos de mucho humor, en los que se nota la mano de los creadores de Supersalidos o Superfumados. Parecía evidente que La fiesta de las salchichas no iba a ser una película más de dibujos animados. Como mínimo, parecía una burla a las típicas pelis para niños. Pero, la verdad, era poco probable esperar tanta reflexión y tanta buena idea. Es un proyecto muy logrado.  

lunes, 3 de octubre de 2016

El milagro de P. Tinto: El surrealismo es para la infancia

Siempre me ha llamado la atención, desde mi perspectiva actual, que de pequeño me gustara una película española llamada El milagro de P.Tinto. No la había vuelto a ver desde entonces, pero sí tenía clara una cosa: no era una película para niños. Y añado ahora: ni para muchos adultos. En su día, cuando en mi fervor por la peli la recomendé a algunos familiares, llegaron a recriminármelo en un tono cariñoso. Ni les gustó, ni la entendieron.

No voy a dármelas de niño super inteligente. La realidad es que yo no debía entender nada, porque no es que sea para adultos, es que está en el género del surrealismo. Aunque sí me gustaría destacar algo que escuché hace poco a Iker Jiménez, en el programa La Rosa de los Vientos de Onda Cero. Venía a decir que había encontrado en su hija pequeña todo un mundo por descubrir, una mirada distinta: la mirada de la infancia y la inocencia.

El periodista criticó que a menudo coartamos a los niños, diciéndoles que aquello que creen ver no es cierto. Cualquiera, si hace memoria, recordará que de pequeños las fantasías, los juegos, las pesadillas o los sueños son mucho más vívidos. Hablamos en alto mientras jugamos con nuestros muñecos y las pesadillas nos atormentan más que nunca, imaginando seres que realmente no están ahí. Yo no sé si los niños ven cosas que tenemos delante de nuestras narices y no sabemos apreciar, pero sí me atrevo a asegurar que tienen una mirada distinta. Y merece la pena que la sepamos cuidar.



El milagro de P. Tinto es una película de Javier y Guillermo Fesser que cuenta la historia de un matrimonio que basa su existencia en la necesidad de tener hijos. La lástima es que, de pequeños, en una España rural, analfabeta y llena de eufemismos, escuchan a dos fanfarrones decir que para tener hijos: “tralarí, tralará”, entre risas y estirando los tirantes que llevan puestos. Estos pobres señores se pasan la vida moviendo los tirantes, y claro, no da resultado.

Aquí tenemos uno de los temas principales de la película: la literalidad. Es un concepto que el gran cineasta José Luis Cuerda explica siempre cuando le preguntan por sus películas surrealistas: El surrealismo requiere una respuesta mecánica y una película exige planificación. Más bien me gusta usar la palabra literalmente, porque engañando con el sentido de las palabras nos la meten doblada. Que el matrimonio use lo de los tirantes es literalidad pura, y es un ejercicio fascinante en el cine, ya que aporta humor y crítica social, al mismo tiempo.

Es un ejemplo de los muchos que hay en la película, como cuando aparece un grandullón con una bombona de butano y le identifica como su hijo, porque su padre, previamente, le había dicho que los P.Tinto llevaban su propia energía. De hecho, este personaje que huye de su propia historia es tomado como hijo, junto con dos marcianos que ya aterrizaron en la casa años antes. Sí, tiene un toque fantástico que en mi opinión le va como anillo al dedo a la película.



En cuanto al humor del film, no voy a sentar cátedra. Cada uno se ríe con lo que puede, o quiere. A mí este tipo de comedia tan absurda me hacía gracia de pequeño y me hace gracia hoy. Es reconfortante reírse con lo mismo con lo que uno se río hace casi 20 años. Es una manera de guardar ciertas cosas dentro de uno mismo, en un mundo tan cambiante. He de reconocer que los dos marcianos, que realmente son dos fantástico actores enanos llamados Javier Aller y Emilio Gavira, me vuelven loco.


Por último, quiero mencionar la crítica como elemento clave en este proyecto de cine. Sin duda, los personajes están marcado por la incultura, por la superstición, por los abusos de las religiones y por la falta de conocimiento. Como es una película surrealista, esto está llevado al extremo –o a la literalidad- pero consigue el objetivo de toda película que se precie: hacer preguntas al espectador, hacerle reflexionar y que tenga una visión distinta de su entorno del que había tenido antes