domingo, 8 de abril de 2018

Todos conocemos el final




Podría parecer que Félix hace una apuesta por la autocomplacencia y por primar lo estético frente a lo puramente narrativo y argumental. La serie comienza con un sueño: un jabalí se acerca a Félix, que parece inconsciente en la nieve. A continuación se nos presentan planos generales de Andorra y se nos muestran unas frases que nos explican algo más de esta localización. Nada de esto es gratuito: es un aviso. La serie que produce Movistar nos quiere delimitar muy bien su territorio, tanto físico como mental, para que todo lo que sucede a continuación esté bajo esos parámetros. Uno tiene la sensación de que le están contando un cuento.

Esta creación de Cesc Gay es una fórmula poco vista pero que ha salido a la perfección: una comedia romántica disfrazada de thriller. Es una historia de amor: la de Félix y Julia. Julia es una mujer china con quien Félix apenas ha tenido un par de encuentros. Y desaparece. Comienza una búsqueda que por momentos parece irracional pero que con el tiempo adquiere toda la lógica posible. Lo curioso es que es una historia de amor con un envoltorio de suspense.

Lo primero que uno piensa es que esto le recuerda mucho a Hitchcock por lo lograda que está la tensión. Y es cierto, porque además de conseguir un suspense magistral tiene ese tono condescendiente que es marca de la casa de las películas del director americano. Los protagonistas no se toman muy en serio y la ironía es una constante. A mí, en cambio, Félix me lleva a Murakami. Creo que la principal virtud del escritor japonés es como consigue que sus personajes se pongan en marcha. Parece que en lugar de escribir dé cuerda a un reloj y su mundo se ponga funcionar. Félix tiene algo de eso, tiene algo de ponerse a andar y a probar y que pasen cosas.

No quiero terminar las referencias sin hablar de Tarantino. Félix me recuerda a las películas de este director en la medida en la que sus malos me recuerdan a los suyos. Dan miedo, eso por supuesto. Pero también dan un poco de risa, son tipos tan locos, están tan mal de la cabeza y son tan grotescos que solo pueden ser malos. Esta serie tiene unos malos excelentes y el que ahí está inmenso es Pedro Casablanc, que no necesita tener muchos minutos para sentar cátedra. Su personaje da más miedo por lo que no dice que por lo que dice.

Si lo malos son personajes construidos a la perfección los secundarios no se quedan atrás. En esta serie no hay una sola línea mal escrita y todo tiene su porqué. Félix hace pareja durante casi toda la serie con su vecino Óscar, que está bordado por parte del actor Pere Arquillué. Es el contrapunto perfecto para el protagonista porque tiene las cualidades que justamente necesita el de al lado en ese momento. Es inevitable ver a Sancho Panza. Ginés García Millán e Irene Montalá brillan menos pero no por ello están fuera de lugar. Todo lo contrario. Cada pieza es necesaria en este engranaje.



Es intencionado por mi parte no haber hablado aún del propio Félix. Todo lo que he contado hasta ahora es brillante, pero nada merecería la pena sin el protagonista. Hay una “felixdependencia” bestial. Leonardo Sbaraglia firma una actuación que me ha dejado boquiabierto. No recuerdo un personaje tan complejo en mucho tiempo. De Félix se pueden destacar muchas cosas: su valentía, su dignidad, su creatividad o ingenio. Pero ante todo, es tierno. Es el hombre más tierno con el que me he encontrado tanto dentro como fuera de la ficción. Mantiene un aplomo tan digno que dan ganas de llorar. El mérito es que mantiene su forma de ser, su buen gentío, incluso en las situaciones más extremas. Habría que querer matarle para sacarle de sus casillas. Es un tipo de sonrisa permanente, hombros encorvados como aquel que tiene un poco de vergüenza, mirada limpia y andares de Jack Sparrow.

Creo que el secreto de Félix es, precisamente, que todos querríamos ser como Félix. Esta serie es un cuento, no solo por el escenario tan marcado que he descrito al principio, sino porque el personaje es un personaje de cuento. No existe nadie tan bueno, nadie tan sereno y que haga siempre lo correcto. Puede meter la pata pero su objetivo es coherente y nadie le saca del camino. Nos impresiona su convencimiento y su amor por Julia, tan aparentemente inexplicable.

La vida, la nuestra, consiste principalmente en saber dejar ir. En aceptar que hay cosas que no dependen de nosotros y que debemos perder. Hay situaciones que no volverán y personas que desaparecen. Para siempre. Félix es un grito y un puño en alto en contra de esta máxima que todos aceptamos. ¿Cuántas veces pensamos que ojalá pudiéramos hacer algo por alguien por quien realmente ya no podemos hacer nada? Es la gran frustración de nuestra era. Félix nos da una lección y demuestra, quizás porque forma parte de un cuento, que él sí puede hacer algo por las personas que quiere.

“Baila, no dejes de bailar”, como se dice en la novela “Baila, baila, baila” de Murakami. O quizás como esa frase de la novela de David Trueba “Tierra de Campos” que dice que “todos conocemos el final. Y el final no es feliz”. Félix me recuerda a esa frase de Hey Jude que dice “take a sad song and make it better”. Félix es un ‘rara avis’ en un entorno muy hostil pero que tiene la virtud de conseguir dulcificar todo cuanto toca. Cada capítulo acaba con “Ain’t no sunshine”. No sale el sol cuando ella ya no está, cuando se va. La única opción de que la serie no se hubiera llamada Félix es que se hubiera llamada Julia. “Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.” Es de la novela “La ridícula idea de no volver a verte”, de Rosa Montero. Gracias por esos carbones, Félix.