jueves, 28 de diciembre de 2017

Muchos hijos, un mono y un castillo: Julita es España



Hay pruebas más que suficientes para afirmar que la ficción no existe. Al menos, lo que algunos entienden como ficción total. Las películas de ciencia ficción son el traslado de un elemento real y cotidiano a otro mundo. Tan solo es el envoltorio para narrar una historia que contiene mucha verdad. Star Wars puede parecer una película de naves espaciales y monstruitos pero es el cuento que se lleva contando miles de años: una tragedia griega entre un padre y un hijo. Y yendo a un ejemplo más simple: Luke se parece mucho a Lucas, ¿verdad?

Cualquier historia que se cuenta está reñida con la mirada de su autor. Es tan subjetivo como cierto y tan aprovechable como limitante. Porque uno acaba hablando de su realidad, la que conoce. Por eso Woody Allen siempre habla de artistas, escritores o guionistas. Sus películas las protagonizan personas de una capa social elevada. Mi admirado Woody Allen jamás podrá hacer ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ y se tuvo que conformar con rodar una película en España que no tiene nada que ver con España como ‘Vicky, Cristina, Barcelona’. Sí, me imagino al gran director neoyorquino tirándose de los pelos en su casa por no tener una madre como Julita.

Por suerte, Gustavo Salmerón sí tiene esa madre. En su primer largometraje ha tenido la habilidad para captar la esencia de un país entero. Julita es España porque cualquiera podemos ver reflejada en ella a nuestra madre, tía, abuela o bisabuela. La historia del siglo XX español está contada con la vida de esta mujer: la guerra, el hambre, las causas injustas y sin embargo apoyadas, la fe, el cambio, la familia, un amor que está en vías de extinción, la crisis y la sensación al final del camino de que hay más dudas que certezas. Es inevitable. Esta película es hiperrealista (tan realista como que todo es cierto) desde un punto de partida surrealista. Porque nada de lo que pasa en pantalla es habitual en ninguna familia. Y sin embargo nos lo creemos y empatizamos y nos vemos reflejados. A veces necesitamos alejarnos de lo cotidiano para tener un prisma adecuado y que todo quede iluminado. La comedia es un camino para llegar a la verdad.

No, Woody Allen no supo retratar España. Tampoco estoy seguro de que lo intentara. Quizás quiso contar una historia americana en unas ciudades que le gustaban. Sí supo reflejar a su familia. Más de una vez. En Días de Radio lo consiguió a la perfección. ¿Hay mucha diferencia entre rodar una película que está basada en gran medida en tu experiencia o rodar una película grabando lo que te pasa a ti? Yo creo que no. Sí hay una salvedad: la demostración de que cualquiera puede ser un artista. De nuevo, esa dichosa pregunta: ¿cuánto talento hemos tirado por el desagüe a lo largo de nuestrahistoria? ¿Cuántos niños yuntero no fueron actrices, cantantes o periodistas? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que Julita es una artista. Porque no hay mejor actor que el que no actúa. Derrocha trascendencia y verdad.  

Muchos hijos, un mono y un castillo’ tiene mucho periodismo. Creo que la principal cualidad que tiene que tener un periodista es la capacidad para observar y ver que ahí hay un tema que mola. Ser curioso. Todo lo demás es negociable. Es evidente que Gustavo Salmerón ha tenido olfato y ojo clínico para encontrar una historia. Más que para encontrarla, para tener la distancia y para saber contarla. Lo más positivo que deja en mí la película es precisamente esto: el recuerdo de que hay que tener los ojos bien abiertos. La enseñanza de valorar lo que tenemos al lado. Saber poner el micro, la grabadora o la cámara frente al que se lo merece. 

En mi primer curso en la universidad Ramón Lobo nos contó que hay que mirar el número de corbatas que aparecen en un periódico. Si son muchas, el periódico no merece la pena. Lo que esto significa es que no debemos dar voz, únicamente, a las fuentes oficiales. De hecho, si hacemos esto, los periodistas tenemos los días contados porque el lado oscuro de la fuerza está muy presente en tipos como Bertín Osborne o Piqué que se ríen de nosotros en nuestra cara. Incluso seremos carne de cañón con la tecnología: pronto un robot podrá elaborar noticias básicas o seleccionar datos. Saber encontrar una historia es lo único que nos puede salvar. Tener personalidad y contarla. Eso es el cine. Eso es el periodismo. 

domingo, 17 de diciembre de 2017

Los Últimos Jedi o la valentía de Ryan Johnson


       El siguiente texto contiene spoilers. Si no ha visto Star Wars: Los Últimos Jedi no siga leyendo. 

Star Wars es mucho más que una película de cine. Es suficiente observar el estreno de Los Últimos Jedi para comprobarlo. No solo es la taquilla. En la era de Internet un fenómeno como el de Star Wars se multiplica: durante dos años la red se ha llenado de teorías sobre lo que iba a pasar en la película que se acaba de llevar al cine.

Trabajar con esa presión y esas expectativas es muy complicado. Por eso aplaudo a Ryan Johnson con lo que ha hecho con el episodio VIII de la saga. Ante la duda, cine. Creo que Los Últimos Jedi es la película más cinematográfica de toda la colección de Star Wars y soy consciente de que esto es mucho decir. Cuando salí del cine pensé que era la mejor de todas. Para mí, de lejos. Lo sigo pensando. También sé que la opinión se va a dividir y entiendo que esto vaya a suceder irremediablemente.

¿Cómo se puede contentar a millones de fans que llevan años subiendo videos a YouTube con teorías y especulaciones sobre lo que le pasará a los Skywalker? Simplemente no se puede. Es imposible. Se puede dejar satisfechos a unos cuantos, con suerte. ¿Si miles de personas llevan dos años lanzando teorías en Internet cómo vas a sorprendes a la hora de hacer tu película? Se puede y Ryan Johnson lo demuestra con lo que para mí es una obra maestra del cine. Todo lo que pasa en estas dos horas y media te remueve, te inquieta y te implica. Nada es predecible y es un meritazo teniendo en cuenta los precedentes.

Un abanico de géneros

Soy de esos a los que no se les gana con unos efectos especiales alucinantes. Admiro las posibilidades técnicas que se ofrecen hoy en día pero no es algo que me emocione sin más. En Los Últimos Jedi hay más que eso. La fotografía está muy cuidada y es la película de Star Wars que más ha intentado transmitirme con los planos. Por esto en gran medida digo que es la más cinematográfica, porque todo está muy cuidado y pensado.

Y tampoco les voy a engañar con esto: el género de aventuras no es mi preferido. Tampoco el de las películas de guerra. Los últimos jedi tiene un poco de ambos géneros. Y de otros claro. Me parece una fantástica película de aventuras porque en la mente del espectador está muy claro lo que sucede: los buenos huyen de los malos. Basta. A menudo tengo la sensación de que en Star Wars nos volvían un poco locos con planes militares que pocos espectadores captaban del todo. Aquí el recorrido visual está muy claro y eso ayuda a que los demás nos enteremos mejor. Y empaticemos más. Entender lo que pasa en la pantalla te ayuda a meterte más en la piel de los personajes, en su causa y en su historia. Los Últimos Jedi es una película de evasión, de una gran escapada por la supervivencia de La Resistencia frente a La Primera Orden.

No voy a ser yo el que diga por primera vez que Star Wars es un western del espacio. Sí quiero recalcar que en esta ocasión esto está más explotado que nunca y, para mí, conseguido. El ejemplo más evidente lo tenemos con el enfrentamiento final entre Luke Skywalker y Kylo Ren. Como hacían los antiguos vaqueros del oeste se quedan mirando durante bastante tiempo, con planos cortos y detalle muy bien elegidos. A una película no la hace mejor parecerse a una del oeste, pero sí la hace más efectiva usar elementos que está comprobado que ayudan a contar mejor lo que quieres expresar con cada escena. Por eso, insisto, Los Últimos Jedi es la más cinéfila de todas las de Star Wars.



Luke Skywalker

Star Wars no sería lo que es sin los jedi y los sith, el bien y el mal, el lado luminoso y el oscuro, sin la fuerza, sin profecías y sin la historia de los Skywalker. Para mí el mérito que tiene Ryan Johnson es hacer una buena película de aventuras, una buena película militar y una buena película filosófica en una misma película. Y aquí entra en juego todo lo que pasa con Luke Skywalker.

Luke Skywalker no es lo que era y me encanta que sea así. Han tenido la valentía de cargarse al héroe impoluto de la saga. El que no dudó nunca. El que consiguió que Darth Vader volviera del lado oscuro. El chico rubito se convierte en un viejo desagradable, uraño y desilusionado. ¿Por qué esto enfada a tanta gente? ¿Por qué no es algo que pueda ser factible? A mí me parece enriquecedor que los personajes evolucionen y no se queden un mismo prisma permanentemente. A Luke le han pasado cosas que le han hecho ser el personaje que vemos en este episodio.

Luke dudó si era conveniente matar a su sobrino, Ben Solo, de manera fría y calculada. Esta historia es otro de los grandes aciertos de la película. Nos recuerda lo importante que es el punto de vista. Esta escena se cuenta tres veces: desde el punto de vista de Luke (muy parcial), de Kylo Ren (parcial) y de nuevo desde el prisma de Luke pero contando todos los detalles. El gran héroe, la nueva esperanza de la galaxia, estuvo a punto de matar al hijo de su hermana. Él lo percibió y acabó siendo un villano que destruyó la Orden Jedi. Ante esta situación no me parece tan extraña la actitud de Luke: recordemos que es un huérfano que no conoció a su madre, su padre fue Darth Vader y ahora su sobrino acaba en el lado oscuro. Tiene que estar hasta las narices.

La película tiene muchas rimas internas, especialmente con Luke, muy bien usadas. La primera es su encuentro con R2-D2 y el holograma de Leia del episodio IV en el que pedía ayuda a Obi Wan Kenobi. De alguna forma, Luke es el Obi Wan de esta era. Y lo vemos en el final de la película, con su muerte. En un sacrificio final, al igual que su viejo maestro, usa su poder para que los demás escapen y él se desvanece con la fuerza. La mejor me parece la que tiene que ver las puestas de sol: en su primera aparición en el cine vemos a Luke como un chico soñador que mira el horizonte con esperanza. En su muerte también ve una puesta de sol, y a pesar de estar a punto de marcharse para siempre sigue teniendo la misma mirada.

Kylo Ren y Rey

Si algo me gusta de esta etapa de Star Wars es la ambigüedad. Me parece muy creíble que los personajes tengan matices grises teniendo en cuenta que venimos de una saga en la que todo era blanco o negro en cuestión de segundos. En Los Últimos Jedi vemos dudas. Especialmente con Rey y Kylo Ren.

Dudamos varias veces tanto de si uno se va pasar al bando de los buenos como si la otra se va a pasar al bando de los malos. Vemos como la protagonista coge un sable de luz rojo, algo impensable en películas anteriores. Tan inimaginable como que un malo coja el sable azul de los buenos. Que se eliminen estas barreras me parece un acierto porque hace a los protagonistas más impredecibles.

La papeleta de Kylo Ren era complicada. Costaba no verle como un adolescente jugando a ser Darth Vader. Con este episodio han conseguido que se transforme en un auténtico villano con detalles muy ricos. Sus dudas le hacen más interesante. Mata a su padre pero opta por salvar a su madre. Empatiza con Rey hasta el punto de matar a Snoke, su maestro. Decide tomar el mando de la Primera Orden. No lleva máscara pero se ha atrevido a algo a lo que jamás aspiró Darth Vader: liderar el solo la galaxia.

Tras más de dos años con teorías en Internet parece que Rey, al final, no es hija de nadie importante. Aunque esto le puede quitar morbo al asunto convierte la historia en algo muy interesante. Lo que nos quieren contar es que cualquiera puede ser un jedi. Con muchos matices, Rey representa la luz y Kylo la oscuridad. Cuando los dos están disputando el sable de los Skywalker creo que nos muestran una metáfora que resume Star Wars: el sable representa a la familia Skywalker y a un lado está el bien y al otro el mal. El sable queda destruido al igual que esta familia se viene abajo a lo largo de la saga por culpa de esta lucha entre el bien y el mal.

Mensaje social

Es evidente que Disney quiere hacer muchas películas de Star Wars tras comprar los derechos. Me parecía algo muy difícil de conseguir si se seguía el patrón de los Skywalker. Ahora ya no lo necesitan. De nuevo, el sable roto que pasó por manos de Anakin y de Luke. Rey le pregunta a Leia, mirando el sable, si con lo poco que tienen pueden construir una Resistencia. Ella le dice que sí, que tienen todo lo que necesitan. El mensaje es claro: la galaxia ya no necesita a los Skywalker. Es duro, pero es cierto. Disney ha conseguido una coartada para hacer películas de jedi mientras quieran.

El final de la película apoya esta teoría. Vemos a un niño esclavo con un anillo de la Resistencia. Este crio usa la fuerza para atraer una escoba hacia él. Una nueva generación de jedi se aproxima gracias a gente como Rey: esclavos y pobres de toda la galaxia que tienen motivos reales, podríamos decir políticos y sociales, para luchar contra un régimen malvado y corrupto. La política había estado muy presente hasta ahora en Star Wars pero de forma muy obtusa y enrevesada. Al final lo que nos contaban era que había dinastías, monarquías y élites corruptas. ¿El futuro de Star Wars son jedis concienciados socialmente? Creo que sí.
                

sábado, 2 de diciembre de 2017

Cinema Paradiso y por qué inventamos la realidad

¿Por qué nos emocionamos tanto en la escena final de Cinema Paradiso? ¿Por qué da igual que sea la primera o quinta que ves ese fragmento? ¿Por qué el llanto es incontrolable? Creo que es la pregunta que nos hacíamos todos tras la proyección de esta película de Tornatore en Cinemascopazo. Por cierto, aprovecho estas líneas para reivindicar este espacio de cultura, diversión y divulgación. Ojalá continúe mucho tiempo.

Sí, voy a contar la escena final de Cinema Paradiso. Spoiler a continuación...



La escena final de Cinema Paradiso es la recopilación de todos los besos que en pantalla un día fueron censurados. El desaparecido Alfredo se lo deja como último regalo a Totó, protagonista de esta historia. Su emoción en pantalla al recordar su infancia es la misma que siente cualquier espectador con un mínimo de empatía. La  pregunta que acabo de plantear es muy complicada de resolver. De hecho, puede que no tenga respuesta o que tenga demasiadas. Quizás haya una muy simple y es que somos muy sensiblones. No es descartable. Sin embargo, no me he querido quedar ahí porque no se puede resolver un interrogante complejo con uno tan sencillo. Sería banalizar nuestra emoción.

No sé muy bien por qué pero me he acordado de una cosa que dijo Ignatius Farray en La Vida Moderna. Lo que contó fue que el beso en la boca, tal y como lo conocemos hoy en día, es un invento del cine. No tengo claro que sea exactamente tal y como él lo cuenta, pero tampoco va muy desencaminado. Es evidente que antes del cine mucha gente se besaría en la boca. Eso sí, y aquí tiene toda la razón Ignatius: el cine y el arte en generaltienen mucho que ver en que se socializara y popularizara el beso en la boca. Pasa de ser algo privado y lascivo a una imagen que las personas quieren imitar porque la ven en práctica en la pantalla grande. Por eso tiene sentido que el cura de Cinema Paradiso (y casi todos los curas del mundo) censuraran esas partes de la película. El cine fue un arma básica para conseguir que seavanzara en la revolución sexual.



Me vuelvo a hacer una pregunta: ¿si el cine inventa en cierta medida el beso como algo romántico, el cine inventa la realidad? ¿La inventamos nosotros a partir de lo que vemos? Y es aquí donde me surge otra frase que me parece básica para entender el amor. Es de David Foster Wallace: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Creo que esta afirmación es real porque todos inventamos el enamoramiento y la realidad. Todos nos formamos una idea en la cabeza de la otra persona que, de inicio, nunca se asemeja a la verdad. Son historias de fantasmas porque son historias de personas que no son reales del todo, sino que son personas que nosotros fabricamos a nuestra medida.


¿Por qué nos emocionamos tanto en la escena final de Cinema Paradiso? Quizás la respuesta a esta pregunta está en otra pregunta. Puede que esa pregunta fuese algo así como: ¿por qué tenemos la necesidad de inventar el enamoramiento, a las personas de la que nos enamoramos y a las distintas formas como el beso en la boca? No tengo respuesta a esta pregunta pero sí creo que todo esto tiene que ver con el final de Cinema Paradiso. Que en aquellos años nos robaran los besos era como que nos robaran una parte de nosotros. La parte de la imaginación, de la ensoñación, de la construcción de nuestros esquemas sociales. De nuestra capacidad de inventar la realidad. Entonces, ver uno tras otro todos los besos que han sido robados, ahora recuperados, es un subidón: de nuevo, nos vemos con las armas para seguir fabricando nuestra propia realidad. 

domingo, 22 de octubre de 2017

"En ETA se comía de puta madre": El crimen y la comida



En ETA se comía de puta madre. Es una frase que aparece en la película Fe de etarras, que se ha estrenado recientemente en Netflix. Esta es una historia que cuenta la decadencia del terrorismo etarra. Sin más. Les pone frente a un espejo y aparecen todas las deformidades. Por supuesto, se cuenta a través de la risa y la broma. Pero, sobre todo, se cuenta mediante la metáfora. No es intrascendente que el personaje principal, Martín, que interpreta Javier Cámara, diga que antes en ETA se comía de la hostia.

El contraste es obvio y la película lo quiere reflejar. En la primera escena los terroristas son profesionales, viven en un piso franco en condiciones y sí, comen de puta madre. En el siguiente acto vemos a terroristas que son caricaturas, viven en un piso que parece de una señora mayor que ha alquilado su casa a unos estudiantes y, sí, comen de puta pena. De hecho, se comen las croquetas de una española. Ahí podría terminar la película en lo que a mensaje se refiere.

Hay argumentos para aplaudir optar por la comida para crear metáforas.  El primero tiene que ver con la propia historia de ETA. La banda terrorista tenía falso atractivo para jóvenes que veían una salida a un mundo que no les gustaba. El atractivo de la vida del criminal: esconderse, la retaguardia, los pisos francos. Para muchos un estilo de vida que no merece la pena. Para otros, el único estilo de vida que aceptan.

No estoy diciendo que nadie se metiera a ETA porque se comiera bien, pero además de falso es una estupidez. De hecho, muchos puede que las pasaran putas en este estilo de vida que tanto querían. Pero sí tiene mucha fuerza como parodia: convertir una realidad en una exageración para ayudar a comprender. En la película, este estilo de vida se ve reflejado en los etarras que comen un pescado y beben vino. Los que se comen las sobras, están en las últimas horas de la vida de la organización.



La comida y el crimen no es algo que se invente ETA o Borja Cobeaga, guionista de la película. Pongo el ejemplo más claro: El Padrino. Hay quien dice que, cuando en esta película aparece la comida, es que alguien va a morir. Es un poco exagerado, ya que si se fijan aparece comida continuamente.

Cuando reciben un pescado podrido, eso significa que Luca Brasi está durmiendo con los peces. Don Corleone es acribillado comprando fruta, y muere en el huerto de su casa. Michael mata por primera vez en una cena. Johny Ola va siempre con una naranja. Más allá de los mensajes sicilianos, la comida ayuda a normalizar y acercar el crimen. Así de crudo.

Ningún personaje es concebido por sus creadores como un malo que sean tan horrible como para que el espectador no pueda entenderle. Eso haría imposible ver más de una película, como, por ejemplo, El Padrino. Ver a Michael y a Clemenza preparar albóndigas te ayuda a humanizarles, y es algo casi necesario, ya que en la escena posterior les vas a ver matando a sangre fría.



El objetivo es que todos estos criminales te recuerden a ti, a tu familia o a tus amigos. Romper barreras con el crimen, dar a entender que cualquiera puede ser un asesino. Esto asusta, pero en la ficción es un arma bestial para generar obras potentes. Precisamente, esto está muy de moda, principalmente en las series: Breaking Bad, House of Cards, Los Soprano o True Detective. No todos son mafiosos, pero sí todos son ambiguos. Son criminales y, en otras ocasiones, seres normales.



Otro gran ejemplo es el de Pulp Fiction. En este caso, Tarantino está más cerca de Fe de Etarras que El Padrino. Otra vez, la comida tiene un significado: la parodia. Los asesinos comen hamburguesas, igual que tu vecino. De nuevo, esa humanización. Los asesinos quedan para cenar, igual que tu mejor amigo. Cada vez, más cerca de tu realidad.




Lo que menos me interesa de Fe de etarras son los chistes, aunque no son malos y consiguen que me ría en muchos momentos. Además de las metáforas, me gusta que es una comedia que está a mitad de camino hacia el drama. Suele cumplirse que la risa aparece más en los grises que en los negros y los blancos. La sutileza puede ser muy graciosa. A mí, de Cobeaga, lo que más me interesa es Negociador. Después vendría esta película y, en último lugar, Ocho apellidos vascos. Con Fe de Etarras me encuentro algo divertido pero, sobre todo, inteligente. 

jueves, 19 de octubre de 2017

Blade Runner 2049: Pensar




Salgo del cine y pienso en la gran importancia que tiene para la cultura saber comunicar. La necesidad de establecer puentes con el que la consume. De hecho, sin comunicación no hay cultura. Un libro que nadie ha leído no ha tenido la opción de convertirse en cultura, y una película que no se entiende es un gran fracaso. La cultura no puede ser para eruditos porque es algo inherente al ser humano.

‘Blade Runner 2049’ no es una película especialmente sencilla, pero dialoga a la perfección con el que se sienta a verla. Es digna sucesora de su primera parte porque, sin necesidad de hacer una copia cutre, la homenajea y recupera sus grandes temas, que por supuesto siguen vigentes. Son las grandes preguntas que el ser humano siempre se hará: quién soy, por qué estoy aquí, cuál es mi origen.

Junto con las preguntas vitales aparecen cuestiones más de carácter social o evolutivo. Se trata de una película con inquietudes, si se me permite la licencia. Propone hablar de un futuro posible y que tiene que ver menos con la ciencia ficción de lo que nos pensamos. ¿Hasta qué punto los problemas ambientales afectarán a La Tierra? ¿Es responsable generar una tecnología que puede ser dañina solo por el mero hecho de que se tienen las herramientas para generarla? ¿Vamos a ser capaces de gestionar nuestro mundo sentimental en una sociedad robotizada?

En torno a estas cuestiones se crea una historia que está bien contada, que funciona, es original y entretiene. Ryan Gosling cumple con su función. Harrison Ford está para pocos trotes, y se nota, y por eso sale tan poco. El final de la narración no está a la altura del resto de la historia, pierde mucha fuerza. Lo más complicado se consigue: se dan todas las circunstancias para que casi tres horas de película no se hagan pesadas. ¿Podría haber durado menos? Sí, pero yo no prescindiría de ningún elemento para ello.

Hay dos constantes de la primera película que se mantienen: la calidad audiovisual y sonora. A mí no me convencen solamente con esto. Poco me puede sorprender de lo que nos puede ofrecer la gran pantalla en este sentido. Simplemente, busco otras cosas. A los amantes de los planos espectaculares les encantará esta película.


La cultura no debe ser pedagógica, al menos, no explícitamente. No te debe decir lo que pensar. Te debe hacer pensar. Es la diferencia entre aprender y adoctrinar. La cultura debe generar preguntas. Lo normal es que estas preguntas no tengan solución, lo más común es que haya muchas soluciones que generen más preguntas. Hacerse preguntas es, tan solo, una forma más de sentirse humano. De estar en el mundo. ‘Blade Runner 2049’ nos ayuda a cultivar este terreno. 

lunes, 16 de enero de 2017

Silencio: La fe, del lado más íntimo al más político



Para los que somos ateos o agnósticos siempre ha sido difícil entender a los creyentes. Especialmente, cuando sucede una catástrofe, ya sea a un nivel masificado o personal. “¿Cómo puedes creer en un Dios que permite que pase esto? ¿Por qué Dios deja que exista el mal en el mundo?”. He de decir que desde mi lejanía en creencias, nunca he compartido estas preguntas.

Incluso algunos ateos están enfadados con Dios. Esto es una broma: Si crees que Dios no existe, no le puedes pedir nada. Pero estos temas mejor dejémoselos a Woody Allen. Al final, estas preguntas que comento se las hace mucha gente, ya sean creyentes o no. Y, salvo casos que conocemos como milagros, no hay respuesta. De eso va le película de Martín Scorsese. La película se llama “Silencio”.

Me he acercado a este proyecto con una cierta distancia: no quería estar influido o llevar una idea preconcebida. Pero ha sido inevitable y tenía, ya en mente, diversas ideas. Como que la película era larga. Bueno, esto algo objetivo, comparándola con la media de duración de las proyecciones de hoy en día, es algo larga. Otra cosa es que sea pesada o aburrida. A mí me ha enganchado y el cuerpo me pedía más. Un señor de mi derecha roncaba y no le puedo culpar por ello.

Silencio cuenta la historia de dos sacerdotes jesuitas portugueses que viajan a Japón para expandir el cristianismo. Andrew Gardfiel es Sebastiao Rodrigues, el sufrido protagonista y Adam RiverKylo Ren- es Francisco Garrpe, su acompañante. Se narra una etapa histórica en el que Japón, a través de su Inquisidor InoueIssey Ogata – inicia una dura persecución contra los cristianos, a los que no duda en asesinar y torturar.



Esta es la parte histórica del film. Pero el gran tema de la película es la fe, las dudas inevitables que surgen en torno a ella tanto para los que creen como para los que no creen o han creído en algún momento, y las repercusiones que tiene en la sociedad. La historia es interpretable y he llegado a leer opiniones opuestas. Por un lado, que lo que se cuenta puede llegar a generar un resurgimiento de los valores del cristianismo y, por otro, que la religión provoca los peores valores de la humanidad, siendo esta una mera manera de transmitirlos.

Creo que la película no me aburre porque el protagonista no deja de sufrir, y ese hilo de conductor es muy potente. Es complicado desprenderse. Para que me entiendan, es un dolor que no tiene nada que ver con el de Leonardo Di Caprio en "El Renacido". En ese caso, el dolor físico era la unión, en este caso hablamos de un quebranto espiritual que yo no recuerdo en el cine.

Yo no señalaría intencionalidad en Scorsese, más allá del lógico homenaje a aquellas personas que sufrieron. No me parece que se busque recuperar los valores religiosos ni, tampoco, hablar del mal que la fe provoca en el mundo. Busca contar una historia. Historia en la que, por cierto, no debemos perder de vista que los cristianos no dejaban de ser colonizadores que querían imponer su dogma. No justifica esto lo sucedido, pero es necesaria la perspectiva.


No es una película política, todo lo contrario, habla de las creencias desde un punto de vista muy personal. Pero sí me gustaría acabar con esa pincelada. La razón por la que algunos japoneses no querían que el cristianismo se extendiera en su país, es política, para perpetuar su modo de vida y su estructura de sociedad. La religión articula la manera de pensar y, por tanto, el devenir de una cultura y sus gentes. Al final, es una forma de entender el mundo. Esta es la importancia que la religión ha tenido en la historia de la humanidad: su traslado del mundo interior de las personas a la cloaca más sucia de nuestro planeta Tierra