sábado, 31 de diciembre de 2016

Nuestro pasillo de la muerte

La Milla Verde puede que hable de la injusticia pero, ante todo, explica que a veces la tragedia va de la mano de la virtud. La historia de John Coffey se puede ver como la de un gran error, pero va mucho más allá. Es la paradoja del héroe, del Dios, del que está tocado con una varita, y que a pesar de su enorme don, es eliminado.

Sí, es eliminado y como siempre aviso de que para explicar el libro tengo que contar detalles importantes. John Coffey llega al pasillo de la muerte tras ser acusado de la violación y asesinato de dos niñas. Fue encontrado con ellas en los brazos, mientras este negro de dos metros lloraba desconsoladamente y aseguraba: “No pude evitarlo”.

Así arranca la La Milla Verde, que es como llaman al pasillo de la muerte. La historia está situada en Estados Unidos, en el año 1932. Aunque, realmente, la narración es un flashback contado por el que creo que es el verdadero protagonista a pesar de John Coffey: Paul Edgecombe, el jefe del bloque E, pasa sus últimos días en una residencia de ancianos y se decide a contar su vivencia con Coffey.

Creo que Paul es el verdadero protagonista, no solo porque en él caiga la narración y el punto de vista de los hechos, sino porque es sobre el que cae el peso de la historia. No sé si hay un héroe, un villano, o tan solo una persona corriente en este hombre, pero desde luego, hay una buena persona.

Las grandes decisiones de la historia caen en él. Los grandes descubrimientos, son suyos. El que queda más marcado el resto de sus días, es él. La Milla Verde, a través de Paul Edgecombe, nos da una lección de vida. Nos muestra a las claras lo jodido que es tomar decisiones difíciles, nos enseña la cara más amarga de las pérdidas, nos habla de que los seres queridos se van. Sin más, se van, le pongamos la trascendencia que le queramos poner. Nos recuerda que somos finitos y que un día nos iremos.


Uno lee el libro y siente que este Paul es un buenazo, como decía. Esta novela también habla de malos y buenos. A diferencia de otros relatos en los que se opta por complicarnos la visión entre el mal y el bien y presentarnos un escenario de grises, en este caso los personajes están muy polarizados. Estén detrás o delante de las rejas. Gracias al mensaje que Stephen King imprime sabemos qué papel va a jugar cada uno en la historia.

Por supuesto, con John Coffey nos pasa esto. Una persona que ha leído el libro recientemente me dijo que es Jesucristo. Más allá de creencias religiosas, la similitud radica en la capacidad milagrosa de ambos y en el cruel final que comparten. La humanidad no está preparada para estas presencias, no sabemos si por maldad o por incompetencia.

Es difícil precisar si es una historia que hable de la vida o de la muerte. Al fin y al cabo, son dos caras de una misma moneda. Es curioso como unos hechos que suceden en el absurdo y terrible pasillo de la muerte pueden decirnos tanto sobre la vida. A veces, es más oscuro el mundo que hay fuera de ese lugar que las propias tinieblas que llevan a la silla eléctrica.


Los seres humanos tenemos un don y una condena: conocemos la muerte. Otros animales, no la perciben hasta que se producen. Por tanto, no la temen. Por el contrario, no pueden luchar por evitarla, como hacemos nosotros. El pasillo de la muerte es una metáfora de nuestra vida y ahí, cada uno decide cómo lo quiere recorrer

lunes, 19 de diciembre de 2016

El artista

¿Quién es un artista? Vivimos en un mundo y en un país en el que lo artístico está especialmente maltratado. Se desprecia al que opta por unos estudios vinculados con el arte, porque se considera algo poco sólido, de fácil evaporación, a lo que cuesta agarrarse. No lo digo yo, lo dicen el número de institutos en el que el bachiller artístico se ha eliminado.

Ponemos muy difícil a los artistas vivir de su profesión. Apenas unos privilegiados pueden ganarse la vida solo con esta faceta profesional. Un gran número de actores y actrices necesitan otros empleos para llegar a final de mes. Además, el gobierno español da un paso más en las dificultades: un 21% de IVA cultural.

¿Quiénes son los artistas? Balas sobre Broadway, una película de Woody Allen, reflexiona sobre ello.  David Shayne (John Cusack) es un autor teatral que se encuentra con problemas para llevar su obra a cabo. De momento, este personaje podría vivir en España, perfectamente. Contaré algunos detalles sobre la película. Soy de los que piensa que los spoiler, a veces, están justificados y no estropean nada. El final de muchas obras es, en verdad, disfrutar del camino a ese final. Pero que cada uno decida si quiere seguir leyendo.

David consigue financiación para su película gracias a un gánster, a cambio de que la chica de este tenga una participación en la obra. La película cuenta con muchos personajes carismáticos, lo que ayuda a que el ritmo sea bueno, ya que aparezca quien aparezca en pantalla, garantiza un buen momento. Helen Sinclair (Dianne West), una diva del teatro que es, para que se hagan una idea, una Estela Reynolds pero de verdad: estratega, exagerada, sobreactuada y alcohólica. Warner Purcell (Jim Broadbent) es otro veterano actor que no para de comer en toda la película hasta ponerse como un tonel. Tan simple y tan gracioso como esto.



La verdadera película comienza con Cheech (Chazz Palminteri) el guardaespaldas de la novia del gánster, que le acompaña a los ensayos. Cuando surgen conflictos en la obra, este matón  se descubre como el verdadero artista. Comienza a dar consejos y parece que conoce la obra mejor que el propio autor. ¿Cómo es posible que un gorila de la mafia, sin formación y educación consiga dar el giro que necesitaba el guion?

Para el que conozca la mafia, sabrá que la lealtad es uno de los elementos más importantes. Pues Cheech está dispuesto a cargarse a la novia del jefe, ya que es una actriz nefasta. Su implicación en lo artístico es tan grande como para arriesgar su propia vida. Aquí Woody Allen vuelve a demostrar su maestría. El artista vence al asesino. Le sobrepasa.

David, el autor de la obra, termina por darse cuenta de una gran verdad: él, no es un artista. En cambio, Cheech, por muy asesino y matón que sea, sí está en contacto con las personas y con el arte. Aquí, encontramos una gran tragedia: ¿Cuántas personas se sienten artistas y realmente no lo son? ¿Cuántos cuadernos se quedan en el cajón por miedo a no valer? ¿A cuántos aplaudimos cuando no tienen un verdadero talento?

Esta película asegura que cualquiera puede ser un artista, incluso un mafioso. Esta historia nos cuenta que la formación no es tan necesaria si detrás hay verdadero talento. Pero la formación sí sirve para algunas cosas. Por ejemplo, para conocer a más gente que tenga las mismas inquietudes que tú, para darte a conocer, para descubrir claves de tu oficio o para, como mínimo, sacarte del pozo.

¿Cuántos artistas se pierden a diario en el mundo? Por falta de oportunidades, por la desigualdad. Dadas las grandes carencias que vemos a diario, parece que la cultura es menos importante. Yo no lo creo así. La cultura ayuda a cambiar el mundo, a transformar pensamientos y, por tanto, a cambiar personas. La cultura ayuda a que seamos menos bárbaros. ¿Cuántos artistas se juegan la vida saltando la valla de Melilla? ¿Hay un gran escritor, pintor o actor intentando salir de Alepo? ¿Estamos perdiendo un artista con la eliminación del bachiller artístico?


¿Quién es un artista? Lo explica Woody Allen: Cheech lo es a pesar de todo y David, por mucho que lo intenta, no podrá serlo nunca. Un artista no es, siempre, el que cree serlo o quiere serlo. Es un don con el que se nace o no se nace. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

El monstruo necesario



“Qué calor voy a pasar en Madrid en verano” es una de las cosas que primero pensé al ver ‘Que Dios nos perdone’ la nueva película de Rodrigo Sorogoy. El ambiente sofocante de la capital española en el verano de 2011, cuando a las habituales altas temperaturas se añadió la agobiante y polémica del papa Benedicto XVI, no es un escenario escogido al azar. El contexto que se busca para contar la historia es muy claro: un estrés que acompañe al ya de por sí asfixiante caso policiaco. Un thriller intrépido.

La personalidad de los protagonistas va de la mano de este entorno enfermizo. Los dos policías de homicidios y violencia sexual son interpretados por Roberto Álamo y Antonio de la Torre. Es de esas ocasiones en las que te preguntas si el director había pensado en ellos cuando dio forma a los protagonistas en su cabeza. Sí, ambas interpretaciones son magistrales, especialmente en el caso de Álamo, que hace al personaje suyo por completo. En cuanto a de la Torre, he perdido la cuenta de las ocasiones en las que le he visto de sobresaliente.

Podríamos decir que uno hace de poli bueno y otro de poli malo. Estaríamos simplificando. Ambas personalidades son complejas y cambiantes. De hecho, la manera de ser de cada uno influye de forma muy notable en su lado profesional, pero a la inversa. Es decir, su labor policiaca les permite desinhibirse. Me ha recordado a una frase de mi abuelo sobre el fútbol: “Allí van a gritar los que en casa no pueden hacerlo”. El policía que en su trabajo es una auténtica bestia, no consigue dominar su entorno privado. Es capaz de pegar a un compañero, pero una simple adolescente le cierra la puerta en la cara. El otro, mucho más comedido de cara a la galería, está tan atormentado o más que su compañero. Y de tranquilo tiene poco.



Como todo thriller, hay un malo. Les aseguro que es un malo malísimo, de estos que el espectador desea que acabe sufriendo. Se trata de un maníaco sexual que viola y asesina a ancianas de manera brutal. El personaje está, al igual que ocurre con “los buenos”, perfectamente construido. Además, está muy bien contado el proceso en el que se descubre la identidad del asesino. Podemos encontrar falsas pistas, pistas reales muy bien explicadas y planificadas y un recurso innovador. Bueno, realmente no lo es: Hithcook lo hizo en Psicosis hace más de 50 años de manera mucho más brutal matando a la protagonista a los 20 minutos y señalando al asesino. 

No les destripo nada, aquí no muere ningún protagonista al comienzo de la película, pero sí que nos dejan ver al violador antes que a los protagonistas. Es más, la narración cambia y comenzamos a ver la historia desde su punto de vista durante unos minutos. No está mal teniendo en cuenta que lo que hace casi todo el mundo es enseñar al malo muy poquito tiempo y a punto de terminar la proyección.

Como decía, aquí no hay un poli bueno y uno malo. Probablemente, no sea una película de buenos ni de malos. Es un reflejo de la enorme complejidad de nuestra sociedad, en la que, por suerte, hay personas más o menos normales, pero con sus problemas, sus carencias, sus traumas, sus obsesiones, sus defectos, sus contrastes y sus contradicciones. También hay monstruos, que no suelen nacer de la nada, por cierto. Al final de la película, a uno le queda la sensación de que el menos malo de todos necesita al monstruo para que su existencia tenga sentido. Para ser considerado el bueno. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

El milagro de la comedia



No hay nada más sano que saber reírse de uno mismo. Y no hay nada más difícil. Todos pensamos que lo hacemos y, en lo cierto, tan solo estamos en primero de Ignatius Farray. Lo que está claro es que todos y cada uno de nosotros vamos a pasar por momentos angustiosos, por fracasos, por desengaños, todos vamos a vivir decepciones y nadie se va a escapar de sentirse solo, alguna vez. No podemos cambiarlo, nada va a servir para remediarlo.

No se engañen, no se puede estar feliz siempre. De hecho, se dice que la depresión va a ser la enfermedad del siglo XXI. Lo más probable es que pasemos, aunque sea por un período breve de nuestra vida, por una depresión. Que nadie interprete que celebro esto, ya que si nos ponemos serios esto daría para un análisis político y sociológico en profundidad. Pero no quiero hablar de eso esta vez, si no de la capacidad del ser humano para relativizar lo que le pasa. El humor es un arma innata que nos da la vida. Creo que El fin de la comedia va, fundamentalmente, de eso mismo.

Se trata de una serie de seis capítulos en los que se muestra, siempre desde el punto de vista de la ficción –cada uno decide cuánta ficción hay- la vida fuera de los escenarios de Ignatius Farray. La serie está llena de momentos absurdos, de situaciones que superan la tragicomedia para llegar a causar ternura al espectador. Que nadie se espere encontrar al Ignatius de La Vida Moderna o de sus monólogos. Aquí, da más pena que otra cosa, aunque lo que vive es tan absurdo que hace reír.



Voy a contar por encima lo que pasa en el episodio 2. Habrá algún que otro spoiler, aunque creo que, sinceramente, es lo de menos. En este episodio Ignatius sufre una crisis profesional: no consigue hacer reír. Para ello llega a comprar un elixir de la risa y, por supuesto, no funciona. O quizás sí, pero no como él creía. Y es que es cuando comienza a contar en el monólogo sus miserias, como lo del elixir de la risa, cuando consigue que la gente se ría.

¿Hay que contar tus miserias para hacer humor? Hay mil maneras de hacer reír. Y una muy sana es reírte de los que te atacan, de las desgracian que te suceden y de tus defectos. No sé si esta historia es literal o una manera que tienen los guionistas de contarnos qué es para ellos el humor. Una metáfora. En cualquier caso, me parece que este tipo de humor consigue una doble terapia que lo hace milagroso: Hace que los demás disfruten y sonrían a pesar de todo y hace que uno mismo se sane y pase página. Un auténtico milagro

PD: Hace apenas dos semanas se confirmó la segunda temporada de El fin de la comedia. 

domingo, 9 de octubre de 2016

La fiesta de las salchichas: Existencialismo y filosofía


La fiesta de las salchichas no es una película para niños. Esto parece obvio una vez visto el tráiler, algo que parece que muchos padres de este país no han aprendido a hacer. Informarse mínimamente. No sé si habrá sido mayoritario lo que me pasó en la sala de cine: niños teniendo que abandonar la proyección a mitad, cuando sus acompañantes adultos ya no sabían dónde meterse.

Esta película no es para niños, y como decía es evidente por los insultos y la violencia del tráiler. Sin embargo, lo que quizás muchos adultos tampoco esperábamos es que detrás de esta gamberrada hubiera tanta filosofía y tanto existencialismo. Así que me toca decir que el film no es, por supuesto, para los más pequeños, y probablemente tampoco sea para todos los adultos.

Este proyecto de animación habla sobre la muerte, la religión y los placeres de la vida. Las comidas que protagonizan la película viven en un supermercado y cada día desean ser compradas por los humanos, a los que consideran dioses que les llevarán a un paraíso prometido. Solo los que salen se dan cuenta del peligro que corren en el supuesto edén y que todo era una farsa. A partir de aquí haré spoilers de la película. No considero que se la destripe a nadie, ya que no tiene una trama de misterio en la que se desvele ningún gran secreto. De hecho, reflexionar sobre ella pueda ayudar a verla. Pero lo aviso por si acaso.

La fiesta de las salchichas es un espejo para todos nosotros. Nos colocan frente a nuestra propia realidad, aunque para ello se use a la comida. Estos alimentos tienen ritos. Al igual que los humanos creyentes rezan, ellos tienen una canción para atraer a los dioses, y así, ser elegidos. Quizás el universo de esta película pueda ser similar al que vivió la humanidad en otro momento, en el que el ateísmo no se contemplaba y todo el mundo era creyente.

El caso es que Frank, la salchicha protagonista, descubre una importante verdad. Tres alimentos no perecederos le confiesan que ellos se lo inventaron todo hace muchos años, para mantener la calma y generar esperanza y así garantizar una cierta estabilidad. Y es esta gran verdad la que sitúa a los personajes en una cuestión en la que los humanos llevamos inmersos toda nuestra existencia. Dado que, por mucho que el paraíso sea una falsedad, la alternativa no existe, y un enfrentamiento con los humanos es una utopía, ¿no es mejor esta mentira piadosa? ¿No es preferible que los alimentos vivan con esperanza y que solo sea en su final cuando descubran la verdad?



El problema no es pensar que una opción es mejor o peor que la otra, ya que lo ideal es que cada uno viva de acuerdo a lo que le haga más feliz. El problema es que en la película, tal y como nos pasa a nosotros, el precio de mantener este orden social son unas normas estúpidas e inhumanas. Las comidas, que tienen una sexualidad, también, igual a la que podemos tener nosotros, deben contenerse y frenar sus instintos porque en el paraíso es cuando deben dejarse llevar. Por supuesto, recuerda a los sacrificios que las religiones que conocemos imponen como método para llegar a la vida que hay después de la muerte.

Otro elemento vital en la película es cuando Frank trata de hacer ver a los demás que les están mintiendo. Incluso les enseña pruebas, un libro de cocina que muestra cómo acabarán todos. Y nadie le quiere creer. El símil es evidente: Hoy en día la ciencia contradice en muchos aspectos a la religión. Y, en el fondo, esto es estúpido, ya que no se puede combatir la fe, que es algo que da esperanza, con datos o pruebas, ya que por muy verídicos que sean no aportan calidad de vida: condenan a todos y no aportan alternativa, a priori.

Pero no nos olvidemos que estamos viendo una película de dibujos animados. Nosotros no nos podemos revelar contra los dioses, pero ellos en una divertida escena sí ponen en jaque a los humanos. Por supuesto, momentáneamente. Y es en este preciso instante cuando surge uno de los momentos más curiosos y divertidos, pero que también aporta una reflexión. Se trata de una orgía bestial entre todas las comidas. Ya están liberadas, no hay paraíso ni religión y se entregan por completo a sus deseos y pasiones. Es especialmente divertido ver como dos comidas, una palestina y otra israelí, que se pasan la proyección peleadas, se lanzan a la pasión desmedida una vez comprueban que lo que les separaba no es que fuera absurdo, es que era inexistente.


Tanta filosofía no se hace pesada, ya que la película va cogiendo ritmo a medida que avanza. Es entretenida y tiene momentos de mucho humor, en los que se nota la mano de los creadores de Supersalidos o Superfumados. Parecía evidente que La fiesta de las salchichas no iba a ser una película más de dibujos animados. Como mínimo, parecía una burla a las típicas pelis para niños. Pero, la verdad, era poco probable esperar tanta reflexión y tanta buena idea. Es un proyecto muy logrado.  

lunes, 3 de octubre de 2016

El milagro de P. Tinto: El surrealismo es para la infancia

Siempre me ha llamado la atención, desde mi perspectiva actual, que de pequeño me gustara una película española llamada El milagro de P.Tinto. No la había vuelto a ver desde entonces, pero sí tenía clara una cosa: no era una película para niños. Y añado ahora: ni para muchos adultos. En su día, cuando en mi fervor por la peli la recomendé a algunos familiares, llegaron a recriminármelo en un tono cariñoso. Ni les gustó, ni la entendieron.

No voy a dármelas de niño super inteligente. La realidad es que yo no debía entender nada, porque no es que sea para adultos, es que está en el género del surrealismo. Aunque sí me gustaría destacar algo que escuché hace poco a Iker Jiménez, en el programa La Rosa de los Vientos de Onda Cero. Venía a decir que había encontrado en su hija pequeña todo un mundo por descubrir, una mirada distinta: la mirada de la infancia y la inocencia.

El periodista criticó que a menudo coartamos a los niños, diciéndoles que aquello que creen ver no es cierto. Cualquiera, si hace memoria, recordará que de pequeños las fantasías, los juegos, las pesadillas o los sueños son mucho más vívidos. Hablamos en alto mientras jugamos con nuestros muñecos y las pesadillas nos atormentan más que nunca, imaginando seres que realmente no están ahí. Yo no sé si los niños ven cosas que tenemos delante de nuestras narices y no sabemos apreciar, pero sí me atrevo a asegurar que tienen una mirada distinta. Y merece la pena que la sepamos cuidar.



El milagro de P. Tinto es una película de Javier y Guillermo Fesser que cuenta la historia de un matrimonio que basa su existencia en la necesidad de tener hijos. La lástima es que, de pequeños, en una España rural, analfabeta y llena de eufemismos, escuchan a dos fanfarrones decir que para tener hijos: “tralarí, tralará”, entre risas y estirando los tirantes que llevan puestos. Estos pobres señores se pasan la vida moviendo los tirantes, y claro, no da resultado.

Aquí tenemos uno de los temas principales de la película: la literalidad. Es un concepto que el gran cineasta José Luis Cuerda explica siempre cuando le preguntan por sus películas surrealistas: El surrealismo requiere una respuesta mecánica y una película exige planificación. Más bien me gusta usar la palabra literalmente, porque engañando con el sentido de las palabras nos la meten doblada. Que el matrimonio use lo de los tirantes es literalidad pura, y es un ejercicio fascinante en el cine, ya que aporta humor y crítica social, al mismo tiempo.

Es un ejemplo de los muchos que hay en la película, como cuando aparece un grandullón con una bombona de butano y le identifica como su hijo, porque su padre, previamente, le había dicho que los P.Tinto llevaban su propia energía. De hecho, este personaje que huye de su propia historia es tomado como hijo, junto con dos marcianos que ya aterrizaron en la casa años antes. Sí, tiene un toque fantástico que en mi opinión le va como anillo al dedo a la película.



En cuanto al humor del film, no voy a sentar cátedra. Cada uno se ríe con lo que puede, o quiere. A mí este tipo de comedia tan absurda me hacía gracia de pequeño y me hace gracia hoy. Es reconfortante reírse con lo mismo con lo que uno se río hace casi 20 años. Es una manera de guardar ciertas cosas dentro de uno mismo, en un mundo tan cambiante. He de reconocer que los dos marcianos, que realmente son dos fantástico actores enanos llamados Javier Aller y Emilio Gavira, me vuelven loco.


Por último, quiero mencionar la crítica como elemento clave en este proyecto de cine. Sin duda, los personajes están marcado por la incultura, por la superstición, por los abusos de las religiones y por la falta de conocimiento. Como es una película surrealista, esto está llevado al extremo –o a la literalidad- pero consigue el objetivo de toda película que se precie: hacer preguntas al espectador, hacerle reflexionar y que tenga una visión distinta de su entorno del que había tenido antes

sábado, 24 de septiembre de 2016

Paco Paesa, o las nuevas marismas de Alberto Rodríguez



Para el director de cine Alberto Rodríguez va a ser complicado evitar las comparaciones entre su éxito de hace dos años, La isla mínima, y su último estreno, El hombre de las mil caras. El triunfo en taquilla, los premios y la crítica que aunó su obra más reconocida está todavía muy presente, y es inevitable que la gente vaya al cine y espere encontrar algo similar. Y eso que, realmente, ambas películas tienen poco que ver.

Tan solo se puede encontrar una coincidencia en que las tres últimas películas del director sevillano son una curiosa crónica de la España que sale de la dictadura y entre en la democracia. Un reflejo necesario de los 80 y los 90. Tanto en La isla mínima como en Grupo 7 o en El hombre de las mil caras se cuestiona si, a pesar del cambio político, esto ha tenido una verdadera repercusión en la vida de la gente. La corrupción, los excesos policiales o la impunidad de los de siempre son elementos presentes en sus tres últimos proyectos.

Pero hasta aquí las coincidencias. La principal diferencia es que en La isla mínima el ambiente lo genera el escenario y en El hombre de las mil caras el ambiente lo genera Francisco Paesa. Esta película cuenta una versión propia de la huida del prófugo más buscado de la democracia española, Luis Roldán, el que fue director de la Guardia Civil y que robó 1500 millones de pesetas de los fondos reservados de la institución que dirigía. Francisco Paesa, Paco, es un espía – y muchas otras cosas- que ayuda a Roldán a escapar y al que, posteriormente engaña, quedándose con su dinero.



La isla mínima es una película coral, en la que, es cierto, Javier Gutiérrez está espectacular. Pero también lo están Raúl Arévalo o Antonio de la Torre. Creo que este film marcó a los espectadores, sobre todo, por el uso de las marismas y el ambiente que generaba. La película transcurre en este lugar del Guadalquivir, y existe un cerco invisible que marca a los personajes. No sucede nada parecido en la película que se ha estrenado ahora. Los lugares son diversos, cambian a gran velocidad. El ambiente en la historia no lo dicta el punto geográfico, sino Eduard Fernández. O sea, Paco Paesa.

El actor catalán encarna perfectamente a este pícaro y consigue que el espectador se quede con la boca abierta. Apuesto por el Goya para él, porque vuelve a poner al espectador en una tesitura clásica pero vital: ¿El malo es el bueno? ¿El malo, es malo, pero me da igual? ¿Es el más inteligente de los malos?

Aunque el mérito es compartido. Por supuesto, el principal mérito es del propio Paesa, ya que su vida es novelesca en sí. Y los españoles volvemos a encontrarnos con nuestro feo reflejo, con nuestros complejos agigantados y los clichés por los aires. Roldán resume su historia cuando asegura que él solo hacía lo que hacían todos los demás. Y, los demás, terminamos de cerrar el círculo cuando vemos a Paesa como el puto amo.

Por lo demás, a diferencia de otras críticas que he leído, para mí Alberto Rodríguez sí que consigue simplificar una historia complicada de contar. No hay que olvidar que hay asuntos que todavía no están claros y que los asuntos judiciales o los entramados empresariales son complicados de explicar. Pero la técnica de que José Coronado, el piloto de la película, cuente en voz en off lo básico y ponga en contexto al espectador, me parece acertado.  


martes, 20 de septiembre de 2016

¿Humanos o bailarines?

Crítica de la novela de Haruki Murakami Baila, baila, baila



Es posible que existan aprendizajes de los que solo se pueda ser consciente por medio de la ficción y, en especial, de la literatura. "La ficción salva, la realidadmata. Pero necesitamos ambas para vivir". Es una frase del escritor Javier Cercas, muy repetida en su novela El Impostor. Estas palabras me llevaron a la idea de que ese complicado propósito humano que es vivir en el presente –pues constantemente nos encontramos en el pasado y en el futuro- a veces es solo posible a través de la ficción.

Es irónico que cuando salimos de nuestra cabeza sea cuando más conscientes seamos, precisamente, de lo que esta quiere y necesita. Somos capaces de escucharnos. Es cierto que esto sucede en gran medida porque nuestra voz interna calla al estar atenta a una historia –lo que, por cierto, viene genial- pero también sucede que en los libros, encontramos respuestas. Respuestas para nuestro presente. A mí me ha pasado esto con Baila, baila, baila del escritor japonés Haruki Murakami.

Quizás no sea esta su mejor novela, pero sin duda ha sido la más trascendente en mí. La novela cuenta la historia de un hombre que se siente perdido, y en él podemos observar sensaciones por las que todos hemos pasado alguna vez: apatía, frustración o añoranza.

Puede parecer sencillo crear personajes con los que la gran mayoría se sienta identificado, y en cambio es una de las más arduas tareas de un escritor. Murakami suele dar en el clavo y este caso no es una excepción. Y a pesar de las agrias sensaciones por las que pasa el personaje, no se trata de una novela triste. De hecho, creo que es una de sus historias más positivas. La vida de los personajes consigue fluir y brotar a través del drama y la complicación, lo que por cierto le da un gran baño de realidad.

Esta historia es la historia de un viaje. Pero sin planificación alguna. Es el viaje de la vida, por el que todos debemos pasar obligatoriamente mientras estemos por aquí. Murakami cuenta con su peculiar mezcla de ficción y realidad lo necesario que es a veces que nos dejemos llevar. Sin saber muy bien a qué lugar llegaremos, pero con la certeza de que el camino es la única salida: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Caminar, o bailar, según se tercie. Baila –dijo el hombre carnero-. No dejes de bailar mientras suena la música. ¿Lo entiendes? Baila. No dejes de bailar.” Es la frase que, para mí, resume la novela. Por cierto, es una frase –y un significado- que me recuerda mucho a la canción Human de The Killer: “¿Are we human or are we dancers?”. ¿Somos humanos o meros bailarines en un mundo que no deja de sonar? Como en las grandes cuestiones, la respuesta a la pregunta suele ser la misma pregunta.



Me gustaría destacar, también, la presencia que tiene el pasado en la novela. El protagonista decide acudir al Hotel Delfín, un lugar en el que estuvo en el pasado y con el que, sin mayor explicación, se siente conectado y tiene la necesidad de volver. Es condición necesaria para empezar su viaje, un viaje del que ni si quiera es consciente todavía.

Es sin duda una manera que tiene el autor de decirnos que es necesario que cerremos las heridas con nuestro pasado para poder avanzar. Siempre he creído cierta la frase que dice Sabina en Peces de Ciudad: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Lo creo porque segundas partes nunca fueron buenas – excepto El Padrino II-. Quizás, la frase que debería preceder a la anterior sería aquella que dijera solo un lugar será feliz si te sientes en paz con él. No busquen la autoría de esta frase, me la acabo de inventar.