En ETA se comía de puta madre. Es una frase que
aparece en la película Fe de etarras, que se ha estrenado recientemente en
Netflix. Esta es una historia que cuenta la decadencia del terrorismo etarra.
Sin más. Les pone frente a un espejo y aparecen todas las deformidades. Por
supuesto, se cuenta a través de la risa y la broma. Pero, sobre todo, se cuenta
mediante la metáfora. No es intrascendente que el personaje principal, Martín,
que interpreta Javier Cámara, diga que antes en ETA se comía de la hostia.
El contraste es obvio y la película lo quiere
reflejar. En la primera escena los terroristas son profesionales, viven en un
piso franco en condiciones y sí, comen de puta madre. En el siguiente acto vemos
a terroristas que son caricaturas, viven en un piso que parece de una señora
mayor que ha alquilado su casa a unos estudiantes y, sí, comen de puta pena. De
hecho, se comen las croquetas de una española. Ahí podría terminar la película
en lo que a mensaje se refiere.
Hay argumentos para aplaudir optar por la comida para
crear metáforas. El primero tiene que
ver con la propia historia de ETA. La banda terrorista tenía falso atractivo
para jóvenes que veían una salida a un mundo que no les gustaba. El atractivo
de la vida del criminal: esconderse, la retaguardia, los pisos francos. Para muchos
un estilo de vida que no merece la pena. Para otros, el único estilo de vida
que aceptan.
No estoy diciendo que nadie se metiera a ETA porque se
comiera bien, pero además de falso es una estupidez. De hecho, muchos puede que
las pasaran putas en este estilo de vida que tanto querían. Pero sí tiene mucha
fuerza como parodia: convertir una realidad en una exageración para ayudar a
comprender. En la película, este estilo de vida se ve reflejado en los etarras
que comen un pescado y beben vino. Los que se comen las sobras, están en las
últimas horas de la vida de la organización.
Cuando reciben un pescado podrido, eso significa que
Luca Brasi está durmiendo con los peces. Don Corleone es acribillado comprando
fruta, y muere en el huerto de su casa. Michael mata por primera vez en una
cena. Johny Ola va siempre con una naranja. Más allá de los mensajes
sicilianos, la comida ayuda a normalizar y acercar el crimen. Así de crudo.
Ningún personaje es concebido por sus creadores como
un malo que sean tan horrible como para que el espectador no pueda entenderle.
Eso haría imposible ver más de una película, como, por ejemplo, El Padrino. Ver
a Michael y a Clemenza preparar albóndigas te ayuda a humanizarles, y es algo
casi necesario, ya que en la escena posterior les vas a ver matando a sangre
fría.
El objetivo es que todos estos criminales te recuerden
a ti, a tu familia o a tus amigos. Romper barreras con el crimen, dar a
entender que cualquiera puede ser un asesino. Esto asusta, pero en la ficción
es un arma bestial para generar obras potentes. Precisamente, esto está muy de
moda, principalmente en las series: Breaking Bad, House of Cards, Los Soprano o
True Detective. No todos son mafiosos, pero sí todos son ambiguos. Son
criminales y, en otras ocasiones, seres normales.
Otro gran ejemplo es el de Pulp Fiction. En este caso,
Tarantino está más cerca de Fe de Etarras que El Padrino. Otra vez, la comida
tiene un significado: la parodia. Los asesinos comen hamburguesas, igual que tu
vecino. De nuevo, esa humanización. Los asesinos quedan para cenar, igual que
tu mejor amigo. Cada vez, más cerca de tu realidad.
Lo que menos me interesa de Fe de etarras son los
chistes, aunque no son malos y consiguen que me ría en muchos momentos. Además
de las metáforas, me gusta que es una comedia que está a mitad de camino hacia
el drama. Suele cumplirse que la risa aparece más en los grises que en los
negros y los blancos. La sutileza puede ser muy graciosa. A mí, de Cobeaga, lo
que más me interesa es Negociador. Después vendría esta película y, en último
lugar, Ocho apellidos vascos. Con Fe de Etarras me encuentro algo divertido
pero, sobre todo, inteligente.