martes, 24 de septiembre de 2013

Una decisión muy diestra

El otro día iba conduciendo de camino a casa y en la radio comentaron la ya sonora noticia de que se plantea si van a retrasar todos nuestros relojes una hora para siempre. El simple hecho de que se use el complemento circunstancial de lugar "para siempre" ya me echa para atrás y me pone de los nervios. De todas formas, decir que en España algo es para siempre es como decir que en Estados Unidos los cambios se producen rápido. Pues ni siquiera este planteamiento me hubiese tranquilizado en el momento en el que por las ondas comentaron jocosamente el asunto. Cuento mis sensaciones no por lo que sería un extraño exceso de protagonismo, sino porque creo que muchos se pueden sentir identificados. Yo, que no soy muy dado a eso, me agobié. Me da escalofríos la posibilidad de quedarme sin ver el Sol una hora menos durante el invierno. Si ya lo que menos me gusta de esta estación es verme obligado a asumir que a las cinco de la tarde es de noche, la posibilidad de que a las cuatro se cierre el telón, me acojona. Mi caso particular radica en que soy una persona muy activa, que detesta quedarse una tarde entera en la habitación, y que la luz solar influye en su estado de ánimo. Sí, soy de esos que suele estar como el tiempo.

No obstante, es probable que el asunto tenga matices más importantes que mi ahogo particular ante la noche repentina. No entraré a discutir si vendría bien o no mirándolo desde un punto de vista de país, lo que queramos admitirlo o no es un punto de vista angelamerkeliano. No tendré la osadía de discutir las conclusiones que unos señores extraños a los que ni usted ni yo ponemos cara (bueno sí, pero porque usted y yo contamos con una gran imaginación) han llegado tras unos largos meses de duro estudio. Pero sí me atreveré a hacer una petición: Hagan las cosas bien. Si quieren que seamos como los del norte de Europa, que los seamos, pero para todo. Si quieren que seamos más productivos, que el Gobierno se caliente la cabeza para elaborar un método laboral que nos beneficie. Rezo para que no retrase una hora el reloj y sigamos teniendo horarios escolares o laborales totalmente caóticos. Seremos europeos, pero para lo horrible y para lo miserable -como diría Woody Allen-.

Después, cada uno tendremos una opinión, usted la suya y yo la mía. Contaré la mía, que para eso (no) me pagan. Se me viene a la cabeza aquello de que "uno acaba convertido en lo que promete destruir". Me refiero a que la solución que proponen, desde un punto de vista del liberalismo económico claro, suena más bien a todo lo contrario: a un control aférrimo de las vidas de los demás, es decir, el lado más oscuro del comunismo. Otro pensamiento muy fuerte es que no me gusta nada esa mala costumbre de esa nueva Europa que están "construyendo" - nunca la tercera pesona del plural había venido tan bien, y el verbo construir tan mal- de querer que todos seamos iguales. Un alemán, un inglés, un francés y un español tendrán siempre cosas en común, objetivos que llevar a cabo juntos y una historia que les atañe, pero nunca serán iguales. En cierta medida esto es algo que enriquece, si se usa bien. Pero han decidido que es más fácil la destrucción de un modo de vida y el uso de otro, que el noble intento de que las cosas funcionen bien, cada una a su manera concreta.

A la conclusión a la que llega uno es que es necesaria una mayor implicación ciudadana y una consulta para esta encrucijada, porque por mucho que usted y yo nos imaginemos al científico, él no debería tener derecho a decidir ciertas cosas. Si no conseguimos una participación así para este y otros temas, no tardará en surgir un señor Burns que nos tape el Sol para ganar él más dinero con su central nuclear. Desde este punto de vista, no olviden que los interruptores de la luz los suelen poner siempre a la derecha. Los diestros están de enhorabuena.


sábado, 14 de septiembre de 2013

El "punto ciego" de El Padrino

En una reciente entrevista al escritor Javier Cercas por su novela "Las leyes de la frontera" comentaba un elemento que incluía siempre en todas sus obras, y que me pareció de lo más interesante. Se trata de un punto ciego, y me entusiasmó de sobremanera. Para que no exista dudas de qué es exactamente dicho punto, incluyo un fragmento de una entrevista a Cercas donde lo explica:  

Usted tiene una teoría, la del punto ciego. ¿De qué se trata?“Esto es una idea que había empezado a elaborar hace tiempo y llevo mucho tiempo dándole vueltas y que parte de mi experiencia personal. Hoy estaba desayunando con Vargas Llosa y me volvió a preguntar y creo que voy a escribir un libro o ensayo sobre el asunto. Porque en parte empecé a formularlo cuando escribí un ensayo sobre La ciudad y los perros. La idea es que en toda gran novela hay un punto ciego, es decir, un punto a través del cual no se ve nada, pero ese no ver nada es precisamente el modo que la novela tiene de ver. Ese silencio es lo que hace elocuente a la novela”.

¿Un ejemplo?“El primer gran punto ciego está en El Quijote, es decir, don quijote está totalmente loco, de sanatorio, enfermo, pero al mismo tiempo es el hombre más lúcido y con la cabeza más clara del universo. Eso es un punto ciego. Esa es una ambigüedad esencial que no puede resolverse y en la cual radica el corazón de la novela. Toda novela parte de una pregunta. La novela es la búsqueda de una respuesta a esa pregunta y cuando llegamos al final del libro, no hay respuesta. La respuesta es la propia pregunta, el propio libro, la propia búsqueda de una respuesta. Las novelas no ofrecen respuestas claras, inequívocas, taxativas, como si ofrece la ciencia, la historia, el periodismo. El ejemplo más claro es el de Kafka. De qué acusan a K. No lo sabemos y ese es corazón de El Proceso. Todo lo que la novela tiene que decir está ahí y no lo sabemos”. 


En mi opinión, es muy importante lo que se ha comentado aquí. Como de costumbre, al leer y comprender este concepto, mi mente voló hacia la mayor obra que conozco, aunque saltemos de la escritura al cine: El Padrino. De pronto, comprendí que es posible que las películas de Francis Ford Coppola contasen también con el famoso punto. En especial la segunda parte, quizás la más compleja de las tres, y por tanto la que más recompensa en cuanto a satisfacción para quien la ve y la entiende y disfruta con lo que se quiere contar.

La película que se estrenaba en el año 1974 rompiendo para siempre con el dicho de que las segundas partes nunca fueron buenas, es una de las obras más oscuras del cine. Es posible que su grandeza radique en que es de difícil comprensión. No es difícil porque la narración tenga fallos, al revés, se trata de una película contada de la mejor forma imaginable. A pesar de su duración se tiene la sensación de que no sobra ni una sola escena.

Como todo en esta trilogia, el hecho del punto ciego gira en torno a Michael Corleone. En el momento mismo de reflexionar sobre lo que supone esta teoría a la hora de la elaboración de una historia, poco importa que sea en una disciplina u en otra, se me vino a la mente el argumento de El Padrino II. Antes de nada, es necesario decir que a partir de este momento se comentarán partes de la película. Lo digo para no destriparla a nadie. En fin, el caso es que tirotean a Michael en su casa, donde duerme su mujer, donde sus hijos entran y salen continuamente, y el punto ciego nos atrapa. No entendemos nada, no sabemos qué planea, no sabemos a ciencia cierta de quien sospecha y de quien no.

Es posible que esta teoría sea la causante de ese dicho tan común de "veo El Padrino por vigésima vez y todavía descubro detalles nuevos". Y es que se produce ese hecho inequívoco que consiste en que el director no quiere darnos toda la información. Es posible que ni siquiera él sepa lo que ocurre en su película, que quiere que la ambigüedad se apodere de la acción y que sea un público inteligente el que dé respuesta a los hechos.

He aquí algo clave, dar respuesta. El autor (director) formula preguntas y el publico intenta resolverlas. Sin esta dualidad la literatura no podría existir. Ni el cine ni ningún elemento que pretenda ser narrativo. Y a veces no hay respuestas, pero en la vida hay muchas ocasiones en las que es fundamental a la vez que muy enriquecedor reflexionar sobre algo, aún a sabienda de que es la pescadilla que se muerde la cola. No hay solución, no hay final. El cine que nos propone Coppola es así.

No sé cuantas veces habré visto El Padrino II, y sin embargo ¿Quién entiende por completo lo que sucede en gran parte de la trama? ¿Quién ha traicionado a quién? ¿Qué pretende Michael cuando se dirige a Hyman Roth y a Pentangelli, sospechosos los dos de traición, y les dice exactamente lo mismo? ¿En qué momento se da cuenta del inocente? No me avergüenza afirmar que son preguntas a las que aún me cuesta responder del todo cuando veo la película, aunque uno se haga a la idea. Y creo que esto es por el gran punto ciego que supone Michael.

Michael Corleone es un hombre poderoso, inteligente, que lo tiene todo como para decir "llego hasta aquí, voy a dejar este negocio y a dejar a mi familia en una buena posición", y hace todo lo contrario. Como ya dije en otra entrada, su ambigüedad radica aquí, en que no le entendemos a él, y que muchas veces tampoco nos entendemos a nosotros como espectadores a la hora de ver la película. Solo con el punto ciego podemos entender nuestra posición extraña, en la que sentimos una cierta complicidad.

La paradoja es que un hombre tan malvado, un asesino que es capaz de mandar matar a sangre fría a su hermano, haga todo precisamente por salvar a su familia. Es el momento en el que la película no nos permite ver nada, y sin embargo lo vemos todo. Comprendemos cada uno de los sentimientos de Michael gracias a la narración magnífica de los guionistas, y al ser cine, con un enfoque que es inmejorable. La trilogía nos plantea muchas preguntas que hacen temblar los cimientos de nuesta moral y nuestro pensamiento, pero llegamos al final y no obtenemos respuesta, no hay solución, todo está perdido. No encontramos nada claro, pero creemos que lo sabemos todo. El Padrino es la vida.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Periodismo, exigencias y gratificaciones

A pesar de ser el título de este artículo más propio de una asignatura pesada y pomposa de lo que nos hacen estudiar en la carrera, que nadie tema que no van por ahí los tiros. Se trata de una reflexión de alguien que asoma la cabeza por este mundo, en el de los medios, y que se asusta ante ciertas actitudes. Ojo, uno se asusta pero no se sorprende, ya que es por todos sabido lo que hay en el mercado laboral, en este oficio u en otro. Por tanto, el único fin de quien escribe es contar ciertas actitudes, más bien, hechos que ocurren y son hechos del periodismo. Más que nada, para que se tenga un poco de consideración con los profesionales, aunque no se tenga con la derivación de la profesión.

Cuando un joven o una joven periodista, o estudiante aún, consigue poder realizar una labor en un medio, debe tener unas cuantas cosas claras. Por supuesto, tendrá que pasar mucho tiempo para que se lleve una remuneración por su trabajo. Esto pasa en los medios tradicionales, en los que se abusa hasta el extremo de becarios, pero en especial es destacado este acontencimiento en los medios surgidos en Internet. Antes de nada, diré la parte positiva del asunto: Estos medios dan una oportunidad de desarrollar la labor periodística, por lo que en un momento de crisis es clave.

En estas páginas web en las que se trata de hacer periodismo digital, existe una doble moral muy peligrosa. Por un lado, se intenta hacer un trabajo de calidad  y también incorporarse al mercado como un medio más, que ofrece unas posibilidades muy buenas a la audiencia. Pero por otro lado se cometen errores de bulto en proyectos que intentan ser profesionales. Al parecer,  el dotar de contenido a una web no tiene ningún valor, no merece ser recompensado como todo el mundo entendería que debe serlo si se rellena una hoja de papel.

Alguno pensará que qué derecho tiene un estudiante de nada exigir un salario, que ya tendrá tiempo. Ahí está el primer error, en asumir que solamente un joven puede ocupar el lugar de redactor de un medio digital, cuando para nada es así y muchos profesionales en paro acaban por dar con estos lugares en los que desempeñar su labor... sin recompensa alguna. Ah, y los jóvenes también tienen derecho a cobrar. Todo el mundo está al tanto de la bestial crisis publicitaria que deja muy lejos que cualquier plataforma se financie, pero es de ingenuos pensar que el pastel, ya sea más grande o más pequeño, es repartido por igual para todos.

Además, cabe añadir un hecho. La exigencia de unos conocimientos que no te los propociona nadie. Ni la enseñanza estudiantil, ni el propio medio. Da la sensación de que uno debe estar más pendiente de la informática, de saber cómo colgar un foto, es decir, de todo menos de lo que debería ser lo más importante, lo que escribe, la labor del periodista. Al final, la situación es la de siempre. No existe una apuesta firme por parte de la empresa de un proyecto serio y motivante, ya que hay que ser ingenuo para pensar que el periodismo saldrá a flote con esta precariedad. Solo cabe esperar que los creyentes del periodismo no pierdan la fe, porque ese día todo estará perdido.