Para los que somos ateos o agnósticos siempre ha sido
difícil entender a los creyentes. Especialmente, cuando sucede una catástrofe,
ya sea a un nivel masificado o personal. “¿Cómo puedes creer en un Dios que
permite que pase esto? ¿Por qué Dios deja que exista el mal en el mundo?”. He
de decir que desde mi lejanía en creencias, nunca he compartido estas
preguntas.
Incluso algunos ateos están enfadados con Dios. Esto
es una broma: Si crees que Dios no existe, no le puedes pedir nada. Pero estos
temas mejor dejémoselos a Woody Allen. Al final, estas preguntas que comento se
las hace mucha gente, ya sean creyentes o no. Y, salvo casos que conocemos como
milagros, no hay respuesta. De eso va le película de Martín Scorsese. La
película se llama “Silencio”.
Me he acercado a este proyecto con una cierta
distancia: no quería estar influido o llevar una idea preconcebida. Pero ha
sido inevitable y tenía, ya en mente, diversas ideas. Como que la película era
larga. Bueno, esto algo objetivo, comparándola con la media de duración de las
proyecciones de hoy en día, es algo larga. Otra cosa es que sea pesada o
aburrida. A mí me ha enganchado y el cuerpo me pedía más. Un señor de mi
derecha roncaba y no le puedo culpar por ello.
Silencio cuenta la historia de dos sacerdotes jesuitas
portugueses que viajan a Japón para expandir el cristianismo. Andrew Gardfiel
es Sebastiao Rodrigues, el sufrido protagonista y Adam River –Kylo Ren- es
Francisco Garrpe, su acompañante. Se narra una etapa histórica en el que Japón,
a través de su Inquisidor Inoue – Issey Ogata – inicia una dura persecución
contra los cristianos, a los que no duda en asesinar y torturar.
Esta es la parte histórica del film. Pero el gran tema
de la película es la fe, las dudas inevitables que surgen en torno a ella tanto
para los que creen como para los que no creen o han creído en algún momento, y
las repercusiones que tiene en la sociedad. La historia es interpretable y he
llegado a leer opiniones opuestas. Por un lado, que lo que se cuenta puede
llegar a generar un resurgimiento de los valores del cristianismo y, por otro,
que la religión provoca los peores valores de la humanidad, siendo esta una
mera manera de transmitirlos.
Creo que la película no me aburre porque el
protagonista no deja de sufrir, y ese hilo de conductor es muy potente. Es
complicado desprenderse. Para que me entiendan, es un dolor que no tiene nada
que ver con el de Leonardo Di Caprio en "El Renacido". En ese caso, el dolor físico
era la unión, en este caso hablamos de un quebranto espiritual que yo no
recuerdo en el cine.
Yo no señalaría intencionalidad en Scorsese, más allá
del lógico homenaje a aquellas personas que sufrieron. No me parece que se
busque recuperar los valores religiosos ni, tampoco, hablar del mal que la fe
provoca en el mundo. Busca contar una historia. Historia en la que, por cierto,
no debemos perder de vista que los cristianos no dejaban de ser colonizadores
que querían imponer su dogma. No justifica esto lo sucedido, pero es necesaria
la perspectiva.
No es una película política, todo lo contrario, habla
de las creencias desde un punto de vista muy personal. Pero sí me gustaría
acabar con esa pincelada. La razón por la que algunos japoneses no querían que
el cristianismo se extendiera en su país, es política, para perpetuar su modo
de vida y su estructura de sociedad. La religión articula la manera de pensar y,
por tanto, el devenir de una cultura y sus gentes. Al final, es una forma de
entender el mundo. Esta es la importancia que la religión ha tenido en la
historia de la humanidad: su traslado del mundo interior de las personas a la
cloaca más sucia de nuestro planeta Tierra.