domingo, 29 de junio de 2014

Todo lo que ahora es líquido

       Desde que vio luz la nueva obra de Antonio Muñoz Molina, "Todo lo que era sólido", me ha llamado especial atención todo lo que la ha rodeado. El libro suscitó un polémica medianamente sostenida entre varios intelectuales españoles. Entre ellos, Javier Marías, que se dio por aludido en el ensayo de Muñoz Molina. El escritor critica en su obra a los pensadores españoles, incapaces de prevenir la crisis y, al parecer, dispersos en asuntos de menor calibre. Además, que el autor ganará el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013, ha puesto más si cabe en auge esta crítica reflexión personal del escritor.

       Aún a la espera de poder leer "Todo lo que era sólido", creo que no estoy alejado de saber el argumento del ensayo: La galopante pérdida de credibilidad de nuestras instituciones, la degradación de la opinión pública, la creciente debilidad de lo que hasta ahora habíamos tomado como básico e inamovible y la pérdida de confianza en los mecanismos que nos podían salvar el pellejo en situaciones límite. La obra ha adquirido bastante relevancia y puede que se convierta en un referente futuro en lo que a la explicación de esta época se refiere.

      Creo ver en Muñoz Molina un intelectual de otra época. Esto no es ni bueno ni malo, solo es así (para mí). Su condición de socialista es incuestionable, y es claramente un persona de izquierdas. En la misma moneda, pero por distinta cara, veo en su figura un antiguo socialista, es decir, muy de los ochenta, muy de Felipe González. Por tanto, muy mucho de los que ahora son considerados "casta" (no hay que olvidar que Muñoz Molina pasa más tiempo en Nueva York que en Madrid) y así, bastante denostado por un amplio público izquierdista.

      No busco hacer una instrospección en el autor, tan solo contextualizarle para así hablar de su obra, y lo que ella genera. Muñoz Molina es, también, una persona que está plenamente a favor del legado de la Transición, de sus valores, de sus logros y virtudes. Es, por tanto, un hombre de consenso, que busca en ocasiones más un interés general que el desarrollo de su propia ideología. Su obra (que insisto, todavía no he leído) recalca bastante este pefil. Este ensayo reflexiona y se pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué todo lo que durante 40 años nos ha dado la época de mayor prosperidad en España, ahora no sirve de nada?

      He de decir que esta visión tiene, desde mi punto de vista, luces y sombras. Nadie puede dudar que España no ha tenido esplendor comparable en su penosa historia como ahora mismo. Tampoco nadie puede dudar que los instrumentos que nos hemos dado en esta etapa, han fallado en bloque y hay mucho que reformar y solucionar. Ahora se abren dos vías: La reformista y la revolucionaria. Obviamente, Muñoz Molina apuesta por conservar los cimientos de la casa. Quizás, el problema radique en que los llamados a hacer esa reforma, apuestan por una revolución. Pero el problema no lo tienen ellos. Lo tienen los propietarios de la casa, que, lejos de hacer una reforma, se limitan a darle una capa de pintura, de un azulado similar al anterior. 

      Y, dado que ahora, por suerte para algunos y para desgracia de otros, ya nada es sólido, todo se transforma en líquido. Y esto tiene dos vertientes. La primera es la peligrosa, de la que ya hemos hablado por encima: el desastre, la pérdida de confianza en todo y en todos, la caída de imperios, de gigantes, de torres altas allá donde pases. Si uno empieza a andar por la Gran Vía de Madrid, no podrá dejar de ver instituciones que han caído en el descrédito.

       La otra vertiente es positiva. Algunos pensarán que demasiado, que es ilusa, que es excesivamente motivadora. Pero yo la veo real, y la veo de necesaria transmisión entre los más jóvenes. Si ahora ya nada es sólido, es que ahora todo es líquido. Y si todo es líquido, es frágil, todo es accesible, entonces. Las barreras caen, y si las esquivas, puedes atravesarlas y crear tus propios cimientos. Pongo un ejemplo. Un joven estudiante de Periodismo crece leyendo "El País". Llega un día en el que este joven deja de sentirse identificado con el diario. En ese momento, lejos de pensar que el Apocalipsis se avecina, debe darle otro enfoque al asunto. 

      El periódico que dirige Juan Luis Cebrián está arruinado, depende de los bancos, y cada día tiene menos credibilidad. Lógicamente, el joven estudiante no puede fundar un periódico acorde a lo que cree que debe ser la prensa progresista en su país. Pero tampoco debe descartar que eso un día suceda, vía papel o Internet, ese es un debate estéril, de forma y no de contenido. Debe pensar que el hecho de que todo sea alterable, o mejor dicho, haya sido alterado y desbancado por los errores propios, le otorga a él un inmenso poder. Le da el poder de cambiar las cosas, de inmiscuirse, de crear y de solucionar. Le da la opción de participar. No es optimismo, es una nueva oleada de ilusión.


viernes, 6 de junio de 2014

Enrique Ortiz, culpable principal del descenso del Hércules



EDITORIAL DE LA REDACCIÓN DEL HÉRCULES EN VAVEL. DEBIDO A QUE EL MEDIO NO HA QUERIDO PUBLICARLO, USAMOS ESTE BLOG COMO VÍA. 
Firmado: Javier Rubio, Daniel Rodríguez, Leandro Ortiz y Marcos García. 


       Hay clubes de fútbol que tienen “bicefalia”, es decir, que dos máximos representantes pelean por ser la cabeza visible que toma las decisiones. Otros, tienen incluso más personas que toman el mando. Por tanto, a la hora de pedir responsabilidades, la afición debe repartir la culpa entre distintos elementos. En Alicante, nadie puede discutir que  las decisiones primordiales las haya tomado otro que no sea Enrique Ortiz. 15 años lleva haciendo y deshaciendo a su gusto en el Hércules. 

       Tres procesos concursales en 15 años. Con Ortiz, el Hércules quiebra cada 5 años. Es el único equipo europeo que ha vivido  tres procesos concursales. Este último ha dejado una deuda de 60 millones de euros. Esta deuda ha sido generada con una política de gasto excesivo. Tan excesivo, que se ha gastado mucho más de lo que se tenía. A pesar de esta evidente crisis de gestión de club, Ortiz se ha permitido el lujo de pedir de forma bobalicona a los herculanos “1500 euritos” para que él deje a un lado su proceso de hundimiento de la nave blanquiazul.

       Qué decir del proyecto deportivo. Ya no se puede decir la frase: “Ortiz nos salvó”, ya que su gestión ha llevado al Hércules al punto de partida. El Hércules es de 2ºB. Y lo es sin proyecto y casi sin futuro, por culpa de un convenio de acreedores inasumible para la entidad  que firmó el ex presidente García Pitarch. Este último, es uno de los muchos bandazos que Ortiz ha dado. Juan Carlos Mandía, Esteban Vigo, Sergio Fernández, Pitarch o Quique Pina han sido las caras principales en materia deportiva en los últimos años. Unos con mejores resultados que otros. Pero siempre con la larga sombra de Ortiz de fondo, haciendo y deshaciendo, sin dejar trabajar a los profesionales. Con contratos excesivamente largos o cortos, según se levantase esa mañana. Con mayor o menor responsabilidad en el club, según su humor le indicase. Y Portillo, que nadie se olvide de su yerno, al que trajo para echar por tierra uno de los pocos buenos proyectos que se han visto en Alicante: el de Sergio Fernández.

       Salvo algunas excepciones, cada vez que el Hércules salía en el panorama informativo nacional la afición se echaba a temblar. Escándalos de corrupción y amaños han manchado la historia del Hércules. Ni el tan deseado ascenso a Primera División pudo disfrutar la afición. Una conversación telefónica grabada a Enrique Ortiz mostraba como el máximo mandatario herculano pudo cometer irregularidades para ascender. Dicha grabación se realizó dentro de la Operación Brugal, trama de corrupción en la que Ortiz está implicado junto con el Ayuntamiento de Alicante, al igual que también ha sido relacionado con el Caso Gürtel.

       Y las instituciones, que nadie se olvide de ellas. Que a nadie se le ocurra pedir un comprador para el Hércules. El club dejó de pertenecer a Ortiz con la ampliación de capital realizada hace tres años. A día de hoy, la Fundación del Hércules es la que tiene el accionariado máximo, eso sí, con hombres de confianza de Ortiz como patronos. Sin embargo, ¿de dónde salió el dinero para hacer la ampliación de capital? De la Generalitat, señoras y señores. De un préstamo del IVF. Es decir, dinero público que no se ha devuelto y que nadie parece decidido a reclamar. ¿No será que el Hércules es de todos los valencianos y las valencianas? ¿Por qué nadie reclama lo que es suyo? ¿Por qué no se interviene la gestión de un club que va camino de la ruina y que al mismo tiempo ha sido financiado con dinero público? 

       Por tanto, desde esta redacción reclamamos a los políticos, tanto a los que gobiernan como a la oposición, que pongan toda su voluntad en salvar un club de fútbol de más de 90 años. Además, ya no es solo una cuestión sentimental, dinero público está en juego en una época de crisis en la que se recorta incluso lo más elemental. Casos como este no hacen más que dividir a la ciudadanía y crear brechas sociales. Desde la redacción del Hércules en VAVEL nos sumamos a la campaña #PorUnHérculesLimpio y animamos a todos los herculanos a acudir al partido que enfrentará a un descendido Hércules con el Barça B, el sábado a las 18:30.

domingo, 1 de junio de 2014

True Detective, mucho más que una historia de detectives



Tras finalizar el octavo y último capítulo de True Detective no salgo de una sensación que creo que puede ser compartida por muchos: en las series se está haciendo mejor cine que en el cine. Todo lo que hizo grande a sentarse a ver una película está concentrado en True Detective. Por cierto, va a ser complicado que a partir de ahora cuando digan “serie” yo no piense en “True Detective”.
No obstante, no busco hacer un análisis acerca de la crisis cinematográfica o de la correlación serie-película. Quiero contar la historia de una serie que puede pasar a la Historia. True Detective cuenta la historia de dos policías que durante 17 años investigan un caso de asesinato y desaparición de menores en extrañas circunstancias.
Los personajes, los actores, sus circunstancias: Quien espere una serie de acción pura y dura puede dejar de leer. Ni Rust (Matthew Mcgonaghey) ni Marty (Woody Harrelson) son James Bond. Ojo, encontramos tres situaciones de acción de una calidad incuestionable. Pero no, no va de eso. La serie está basada en lo que para mí es un principio incuestionable de toda obra cinematográfica: personajes ricos en cuanto su mundo interior, bien construidos, sin fisuras, con evolución a lo largo de la proyección, que emocionen, que sean imperfectos como la vida misma. Además, se complementan que da gusto. Uno es escéptico, reflexivo, huraño, nihilista, diferente y justiciero. Otro es familiar, religioso, típico americano acomodado, duro y algo simple. Les une algo, además del caso: ambos necesitan sacar fuera todo lo que llevan dentro. Es difícil quedarse con una de las interpretaciones o con uno de los dos personajes. Ambas interpretaciones son de Oscar, y ambos personajes son legendarios. Destaco de Mcgonaghey su definitivo salto al estrellato siendo para mí la sorpresa del año (no olvidemos Dallas Buyers Club) y el deseo de que se quede. Pero la mención a Harrelson ha de ser contundente: pocas veces he visto a un actor expresar tan bien emociones tan diferente y, sobre todo, tan ocultas en la esencia humana. Su fisionomía se convierte en su arma para transmitirnos lo que es.
Segundo principio incuestionable: el guion: Digno de un Oscar. Filosofía a raudales, desprende inteligencia y cotidianidad, aborda la esencia de la existencia, es todo un manual religioso y antireligioso a la vez. Nos pone la piel de gallina y nos saca los ojos de las órbitas. Es curioso como uno acaba deseando que se metan en el coche de una vez y comiencen a hablar. Pone palabras a sentimientos y reflexiones que todos hemos podido haber tenido pero jamás hemos atrevido a lanzar en voz alta.
Narrativamente prodigiosa: Nic Pizzolato sabe controlar los tiempos. No me refiero con esto al tan utilizado recurso de dejar al espectador con la boca abierta. En esta serie no es necesario nada así, ya que se mueve al ritmo de los latidos vitales de sus personajes. Usa el flashback de forma tan entendible para el espectador que asusta. Además, no es un extra prescindible, es parte un entramado que en la mente del espectador es claro y continuado. Los datos se revelan de forma progresiva, se trata de pequeñas pinceladas o de sorbos que el espectador agrade. Son 8 capitulos de 1 hora. Da la sensación de estar viendo una película de 8 horas, como si ves los tres Padrinos a la vez.
No busca ser original ni romper esquemas: Los guionistas saben de sobra que todo está contando ya y que ahí no van a encontrar un gran nicho de mercado. La historia del arte y la cultura se basa en repetir muchas veces los mismos sentimientos y las mismas sensaciones como si de una vida cíclica se tratase. El estilo, ese gran aliado de unos pocos, es lo que marca la diferencia entre True Detective y CSI, por ejemplo. El estilo y la forma, el cómo es la clave para contar una historia. Woody Allen ha estado 40 años contando la misma historia en el cine con distintos personajes y distintas situaciones. El Padrino cuenta la historia de una tragedia como hace Shakespeare. True Detective cuenta su historia y la cuenta genial, nos la creemos y nos identificamos con ella.
El escenario, idílico: Louisina, como tantas veces escuchamos en la serie con un cerrado acento estadounidense, está excesivamente bien elegido. Junto con Nueva York, el sureste de Estados Unidos es lo que más me atrae personalmente. Y mira que son lugares diferentes. Me atrae la herencia del antiguo oeste, comprobar la penosa transición que ha habido de una época a otro. Como un país ha avanzado a costa de otros, queda reflejado. El s.XIX no se va ni con la llegada del XXI, al menos del todo. Incultura, religión llevada hasta el extremo de predicadores ambulantes, pobreza. Un desierto húmedo, tierra, campo, un pasado incrustado en el presente. Si nos gusta tanto el escenario es, en parte, gracias a la parte técnica.
Audiovisualmente inteligente: Planos secuencia abrumadores, la serie está bien contada y bien situada gracias a que técnicamente es maravillosa. Nos pone en contexto con esos grandes planos generales de césped o lagos. Nos lleva a lo más profundo de los personajes con las elecciones de los planos a los actores. La cámara se mueve de forma inteligente, en definitiva. Musicalmente, otra delicia, desde el tema inicial a cada uno de los acompañamientos musicales.
El final: Que no revelaré, obviamente. Tan solo me gustaría aclarar que me guste porque no es extraño, es el que tiene que ser, tal y como afirmaba Carlos Boyero. Es un final humano, lógico, imperfecto, que deja cosas en el aire. ¿Por qué si en la vida muchas veces hay cosas que no entendemos o sabemos, en la ficción hemos de estar enterados de cada detalle? Siempre he defendido el punto ciego, es decir, el punto en el que la obra se nos pierde por mandato expreso del autor. Y, otra cosa, pretender que en la ficción todos, y recalco TODOS los malos pillados es poco menos que un absurdo cuando en la realidad vemos todos los días lo contrario.