Crítica de la novela de Haruki Murakami Baila, baila, baila
Es
posible que existan aprendizajes de los que solo se pueda ser consciente por
medio de la ficción y, en especial, de la literatura. "La ficción salva, la realidadmata. Pero necesitamos ambas para vivir". Es una frase del escritor Javier Cercas, muy repetida en su novela
El Impostor. Estas palabras me
llevaron a la idea de que ese complicado propósito humano que es vivir en el
presente –pues constantemente nos encontramos en el pasado y en el futuro- a
veces es solo posible a través de la ficción.
Es irónico que cuando salimos de nuestra cabeza sea cuando
más conscientes seamos, precisamente, de lo que esta quiere y necesita. Somos
capaces de escucharnos. Es cierto que esto sucede en gran medida porque nuestra
voz interna calla al estar atenta a una historia –lo que, por cierto, viene
genial- pero también sucede que en los libros, encontramos respuestas.
Respuestas para nuestro presente. A mí me ha pasado esto con Baila, baila, baila del escritor japonés
Haruki Murakami.
Quizás no sea esta su mejor novela, pero sin duda ha sido la
más trascendente en mí. La
novela cuenta la historia de un hombre que se siente perdido, y en él podemos observar
sensaciones por las que todos hemos pasado alguna vez: apatía, frustración o
añoranza.
Puede parecer sencillo crear personajes con los que la gran
mayoría se sienta identificado, y en cambio es una de las más arduas tareas de
un escritor. Murakami suele dar en el clavo y este caso no es una excepción. Y
a pesar de las agrias sensaciones por las que pasa el personaje, no se trata de
una novela triste. De hecho, creo que es una de sus historias más positivas. La
vida de los personajes consigue fluir y brotar a través del drama y la
complicación, lo que por cierto le da un gran baño de realidad.
Esta historia es la historia de un viaje. Pero sin
planificación alguna. Es el viaje de la vida, por el que todos debemos pasar
obligatoriamente mientras estemos por aquí. Murakami cuenta con su peculiar
mezcla de ficción y realidad lo necesario que es a veces que nos dejemos
llevar. Sin saber muy bien a qué lugar llegaremos, pero con la certeza de que
el camino es la única salida: “Caminante no hay camino, se hace camino al
andar”.
Caminar, o bailar, según se tercie. “Baila –dijo el hombre carnero-. No dejes de bailar mientras
suena la música. ¿Lo entiendes? Baila. No dejes de bailar.” Es la frase que,
para mí, resume la novela. Por cierto, es una frase –y un significado- que me
recuerda mucho a la canción Human de The Killer: “¿Are we human or are we
dancers?”. ¿Somos humanos o meros bailarines en un mundo que no deja de sonar? Como
en las grandes cuestiones, la respuesta a la pregunta suele ser la misma
pregunta.
Me gustaría destacar, también, la presencia que tiene el
pasado en la novela. El protagonista decide acudir al Hotel Delfín, un lugar en
el que estuvo en el pasado y con el que, sin mayor explicación, se siente
conectado y tiene la necesidad de volver. Es condición necesaria para empezar
su viaje, un viaje del que ni si quiera es consciente todavía.
Es sin duda una manera que tiene el autor de decirnos que es
necesario que cerremos las heridas con nuestro pasado para poder avanzar.
Siempre he creído cierta la frase que dice Sabina
en Peces de Ciudad: “Al lugar donde
has sido feliz no debieras tratar de volver”. Lo creo porque segundas partes
nunca fueron buenas – excepto El Padrino
II-. Quizás, la frase que debería preceder a la anterior sería aquella que
dijera solo un lugar será feliz si te sientes en paz con él. No busquen la
autoría de esta frase, me la acabo de inventar.
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