Podría parecer que Félix hace una apuesta por la
autocomplacencia y por primar lo estético frente a lo puramente narrativo y
argumental. La serie comienza con un sueño: un jabalí se acerca a Félix, que
parece inconsciente en la nieve. A continuación se nos presentan planos
generales de Andorra y se nos muestran unas frases que nos explican algo más de
esta localización. Nada de esto es gratuito: es un aviso. La serie que produce
Movistar nos quiere delimitar muy bien su territorio, tanto físico como mental,
para que todo lo que sucede a continuación esté bajo esos parámetros. Uno tiene
la sensación de que le están contando un cuento.
Esta creación de Cesc Gay es una fórmula poco vista
pero que ha salido a la perfección: una comedia romántica disfrazada de thriller.
Es una historia de amor: la de Félix y Julia. Julia es
una mujer china con quien Félix apenas ha tenido un par de encuentros. Y
desaparece. Comienza una búsqueda que por momentos
parece irracional pero que con el tiempo
adquiere toda la lógica posible. Lo curioso es que es una historia de amor con
un envoltorio de suspense.
Lo primero que uno piensa es que esto le recuerda
mucho a Hitchcock por lo lograda que está la tensión. Y es cierto, porque
además de conseguir un suspense magistral tiene ese tono condescendiente que es
marca de la casa de las películas del director americano. Los protagonistas no se toman
muy en serio y la ironía es una constante. A mí, en cambio, Félix me lleva a
Murakami. Creo que la principal virtud del escritor japonés es como consigue
que sus personajes se pongan en marcha. Parece que en lugar de escribir dé
cuerda a un reloj y su mundo se ponga funcionar. Félix tiene algo de eso, tiene
algo de ponerse a andar y a probar y que pasen cosas.
No quiero terminar las referencias sin hablar de
Tarantino. Félix me recuerda a las películas de este director en la medida en
la que sus malos me recuerdan a los suyos. Dan miedo, eso por supuesto. Pero
también dan un poco de risa, son tipos tan locos, están tan mal de la cabeza y
son tan grotescos que solo pueden ser malos. Esta serie tiene unos malos
excelentes y el que ahí está inmenso es Pedro Casablanc, que no necesita tener
muchos minutos para sentar cátedra. Su personaje da más miedo por lo que no
dice que por lo que dice.
Si lo malos son personajes construidos a la perfección
los secundarios no se quedan atrás. En esta serie no hay una sola línea mal
escrita y todo tiene su porqué. Félix hace pareja durante casi toda la serie
con su vecino Óscar, que está bordado por parte del actor Pere Arquillué. Es el
contrapunto perfecto para el protagonista porque tiene las cualidades que
justamente necesita el de al lado en ese momento. Es inevitable ver a Sancho
Panza. Ginés García Millán e Irene Montalá brillan menos pero no por ello están
fuera de lugar. Todo lo contrario. Cada pieza es necesaria en este engranaje.
Es intencionado por mi parte no haber hablado aún del
propio Félix. Todo lo que he contado hasta ahora es brillante, pero nada
merecería la pena sin el protagonista. Hay una “felixdependencia” bestial.
Leonardo Sbaraglia firma una actuación que me ha dejado boquiabierto. No
recuerdo un personaje tan complejo en mucho tiempo. De Félix se pueden destacar
muchas cosas: su valentía, su dignidad, su creatividad o ingenio. Pero ante
todo, es tierno. Es el hombre más tierno con el que me he encontrado tanto
dentro como fuera de la ficción. Mantiene un aplomo tan digno que dan ganas de
llorar. El mérito es que mantiene su forma de ser, su buen gentío, incluso en
las situaciones más extremas. Habría que querer matarle para sacarle de sus
casillas. Es un tipo de sonrisa permanente, hombros encorvados como aquel que
tiene un poco de vergüenza, mirada limpia y andares de Jack Sparrow.
Creo que el secreto de Félix es, precisamente, que
todos querríamos ser como Félix. Esta serie es un cuento, no solo por el
escenario tan marcado que he descrito al principio, sino porque el personaje es
un personaje de cuento. No existe nadie tan bueno, nadie tan sereno y que haga
siempre lo correcto. Puede meter la pata pero su objetivo es coherente y
nadie le saca del camino. Nos impresiona su convencimiento y su amor por Julia,
tan aparentemente inexplicable.
La vida, la nuestra, consiste principalmente en saber
dejar ir. En aceptar que hay cosas que no dependen de nosotros y que debemos
perder. Hay situaciones que no volverán y personas que desaparecen. Para
siempre. Félix es un grito y un puño en alto en contra de esta máxima que todos
aceptamos. ¿Cuántas veces pensamos que ojalá pudiéramos hacer algo por alguien
por quien realmente ya no podemos hacer nada? Es la gran frustración de nuestra
era. Félix nos da una lección y demuestra, quizás porque forma parte de un
cuento, que él sí puede hacer algo por las personas que quiere.
“Baila, no dejes de bailar”, como se dice en la novela
“Baila, baila, baila” de Murakami. O quizás como esa frase de la novela de
David Trueba “Tierra de Campos” que dice que “todos conocemos el final. Y el
final no es feliz”. Félix me recuerda a esa frase de Hey Jude que dice “take a
sad song and make it better”. Félix es un ‘rara avis’ en un entorno muy hostil
pero que tiene la virtud de conseguir dulcificar todo cuanto toca. Cada
capítulo acaba con “Ain’t no sunshine”. No sale el sol cuando ella ya no está,
cuando se va. La única opción de que la serie no se hubiera llamada Félix es
que se hubiera llamada Julia. “Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces
conseguimos que parezcan diamantes.” Es de la novela “La ridícula idea de no
volver a verte”, de Rosa Montero. Gracias por esos carbones, Félix.
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