miércoles, 28 de marzo de 2018

Las manos que tiene la lluvia




No sabría concretar cuántos, pero hay un número limitado de temas en la literatura o en la ficción contemporánea. No creo que sobrepasen los 30, como máximo. Los asuntos que inquietan al ser humano son los que son y por eso existen obras que siguen vigentes a pesar de que se hayan escrito hace cientos de años. Son los clásicos, y tienen la virtud de perdurar porque conectan con aspectos de nuestra personalidad que no van a cambiar. Quizás, en lugar de temas, deberíamos hablar de preguntas. Forman parte del número de preguntas que nos hacemos. Por eso, no se puede esperar que haya ninguna nueva creación artística que presente un tema candente completamente nuevo. Lo que de verdad indica que una obra creativa merece la pena, o no, es la forma.

Al final, es tan fácil como responder a si hay o no emoción en lo que transmites. Un poema no usa palabras inventadas ni habla de asuntos complicados, tan solo tiene la capacidad de expresar belleza cuando juntas una palabra con la otra. Esta unión nunca antes se había dado. Y funciona. No creo que hacer radio sea un arte, pero también funciona de la misma manera: encontrar algo que hace “clic”. Funciona y emociona. Un reportaje o un documental puede funcionar o no dependiendo de una canción: de su elección, colocación y montaje. Encontrar la pieza que hace encajar a todas las demás es la pasión del que se dedica a ello. El montaje del cine debe ser muy parecido. El montaje me parece lo mejor que tiene ‘La forma del agua’. ‘La forma del agua’, funciona.

En la película de Guillermo del Toro es más importante lo que no se dice. Bueno, lo que no se dice en forma de diálogos: no trata al espectador como a un inferior. Porque sí es una película que dice mucho en su lenguaje audiovisual. Creo que el personaje del malo malísimo sería completamente distinto si nos quedásemos solo con lo que dice, porque lo que realmente importa es lo que no nos está diciendo pero la película nos está contando: las embestidas en la cama a su mujer son la dominación que trata de ejercer sin éxito en su trabajo; su mano en gangrenada es la prueba de que él es el verdadero monstruo de la película; el hecho de que no se lave las manos después de orinar pero sí antes es una prueba de que solo le importa él mismo y absolutamente nada todo lo que rodea. Crear un malo tan potente y tan sutil al mismo tiempo es uno de los grandes aciertos.

Una muda, un homosexual, una negra y un monstruo. Estos son los buenos de la peli frente a un hombre blanco, americano, capitalista y heterosexual. La elección de la época es muy acertada: probablemente en la Guerra Fría una muda, una negra y un homosexual habrían estado tan discriminados como un monstruo. También es un acierto porque la codicia por el monstruo tiene un sentido histórico: la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que habrían echado una carrera hasta por Naranjito.



Si hablamos del agua tenemos que volver a la forma de contar las cosas. El agua, evidentemente, aparece de muchas formas: como gas, como lluvia que cae del cielo, como agua hirviendo unos huevos duros, como agua en la bañera, como lugar en el que tener sexo con uno mismo, como lugar en el que tener sexo con un monstruo y como vaso de agua del malo. Me acordé de unos versos que seguramente hicieron famosos la película de Woody Allen ‘Hannah y sus hermanas’: “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas”. El agua representa lo sutil, pero al mismo tiempo lo potente. El agua puede ser un riachuelo o un maremoto en el que morir ahogado. El agua nos da la vida y nos la puede quitar.  Lo que a mí me cuenta ‘La forma del agua’ es que el agua tiene la capacidad de permitirnos encontrar a alguien a quien ya hemos perdido.

¿Es imposible empatizar con un monstruo? Por supuesto que no, porque el monstruo solo es una metáfora. El gran tema del que habla esta película es el amor. El gran tema de nuestros días. También, del rechazo al diferente. ¿Por qué funciona esta composición? Por su forma, porque nos introduce en una estética en la que estamos a gusto. Es posible sentirse identificado con cualquier historia, por muy lejana que a priori nos resulte. Tan solo tiene que estar bien contada.

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