viernes, 28 de septiembre de 2012

EL HERMOSO PERDEDOR


"El trabajo es una invasión de nuestra privacidad." Woody Allen

Para todos aquellos que aún hoy en día sigan la actualidad del cine, estarán al tanto de lo mal que pinta el temporal. Ojo, que hablo del cine como lugar físico, como industria, como negocio. Las películas en sí siguen un camino de luces y sombras, como casi siempre. El caso es que llegados a este punto, en el que la afición de ir a ver películas como hobby se ha vuelto tan caro (como casi todo en este País últimamente) a uno le cuesta entender que se echen piedras sobre su propio tejado desde dentro. Con esto me refiero a que por razones desconocidas para mi (seguramente sean comeciales) no se estrene en el principal cine de Alicante una película como "Blancanieves" que tanto promete, y que está preseleccionada para representar a España en los Oscar. Puede que piensen que nadie irá a ver una película en blanco y negro. De todas formas, esto ha sido solo una pequeña introducción para poder hablar de la película que quiero hablar. También en blanco y negro, un clásico que me ha cautivado, llamado "El apartamento".

El apartamento es el cine. Podría usar mil calificativos, repetidos y dichos ya por todos hasta la saciedad, para poder calificar la que para muchos es uno de los mejores filmes que se han hecho. Probablemente cine sea la mejor forma de clarificar esta obra de arte. Aquí se juntan muchas de las cualidades que tanto aprecian los que se dedican a estudiar esa forma de expresarse que es el cine. Pero sobre todo, lo que desprende "El Apartamento" es emoción en cada escena, y la sensación de estar viendo algo diferente, algo que marca, que sienta una base y sienta cátedra. Pero quiero contar lo que a mi personalmente más me ha llamado la atención de la película.

Hace tiempo que llevaba dándole vueltas a la cabeza a la idea del perdedor. De ese perdedor que en realidad es triunfador. Y lo es porque tiene una historia preciosa y única que contar. A mis ojos, siempre será mucho más noble el perdedor que el gran triunfador de masas. Aquellos grandes perdedores que la historia suele olvidar, pero que precisamente en ellos radica la grandeza de la humanidad. Historias como esas hay muchas, la mayoría desconocidas o que simplemente no interesa contar. Pues bien, Billy Wilder se saca de la manga una de las mejores historias de perdedores que pueden haber en la historia del cine.


Nuestro hermoso perdedor se llama Woody Baxter. Jack Lemmon consigue dar vida y forma a un personaje mítico y que todo aquel que ha visto la película no podrá olvidar. No nos engañemos, se nos presenta a un auténtico pringado, sin valor alguno por si mismo, ni dignidad. Como todos los grandes personajes de la historia del cine, es la evolución del protagonista a lo largo de la historia lo que hará a este contable, único. El trabajo de Lemmon es bestial, está a la altura de los más grandes, ya que el Baxter del inicio de la película y el del final no tienen nada que ver, en un progreso que recuerda al de Michael Corleone en el Padrino. Lo que hace verdaderamente grande a este neoyorquino es que este cambio lo consigue sin necesidad de cambiar sus principios y eso lo convierte automáticamente en héroe.



Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer (Woody Allen diría que y detrás está su esposa) y en esta película la tenemos en la azafata del trabajo de Baxter, encarnada por Shirley MacLaine. Otro papelón, y la conexión con el protagonista es digna de ver. Realmente enamora el papel de esta chica perdida y sin rumbo, al menos durante un tramo de la narración. 

No quiero contar mucho más del argumento, si ya la han visto sabrán como acaba. Si no, les invito a que la disfruten. En mi caso acabé con una sonrisa de oreja a oreja cuando salta el The End. Que a nadie le asuste el blanco y negro, lo digo por los modernitos. Merece la pena disfrutar durante dos horas de un retrato fantástico del personaje miedoso, acomplejado, callado, solitario, humillado, hermoso y perdedor, pero triunfador.

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