viernes, 24 de mayo de 2013

Sangre amarilla

Existen elementos inherentes en nuestro paisaje diario y que solo con un gran esfuerzo conseguimos detectarlos. Son intrusos que se cuelan en nuestras vidas, pero sobre todo se introducen en nuestra retina y en nuestro subconsciente. A buen seguro notaríamos su ausencia, pero en cambio que sigan ahí lo vemos lo más normal del mundo. En ocasiones necesitamos un momento de paz, de ignorar lo que sucede a nuestro alrededor, de alzar la cabeza y observar algo tan bonito (al menos para mí) como es la dinámica de nuestro entorno. No es nada complicado, consiste en mirar, y volver a mirar, hasta percibir algo. Desde mi posición privilegiada (sí, estaba en el tren) visualicé un proceso, muy común, quizás demasiado, en cualquier parte del territorio español: Una máquina de construcción, con operarios trabajando.


Hay gente que me confirma que a lo largo de su vida no ha visto su ciudad ajena de obras. Una nueva acera, un arreglo del alcantarillado, un pavimento, pintar la líneas de la carretera, la construcción de una nueva edificación ( ya sean urbanizaciones, hoteles, apartamentos...) El caso es que llega un punto en el que la sociedad se ha visto completamente rodeada de unas máquinas amarillas, agujeros en el suelo, y ruidos molestos. Como si de un videojuego se tratara, uno debe de ir sorteando obstáculos cuando sale de la puerta de su casa, o en el caso de los conductores, con sumo cuidado de no caer en un laberinto sin salida en el caso de haber seguido unas lamentables indicaciones de los obreros, víctimas al fin y al cabo, a los que un pobre diablo ha mandado hacer un trabajo que no saben.

Si me han leído atentamente, habrán podido comprobar que para nada escribo esto tras una rabieta. No es mi intención hacer una crítica banal a una sector muy importante de nuestra economía. Pero no puedo evitar reflexionar acerca de los usos y abusos que hemos ejercido de ella. Todos conocemos la historia de la burbuja inmobiliaria, una de las principales razones por las que hoy estamos así. Y por supuesto la ley del suelo hecha por el gobierno de José María Aznar, ese que tan en boca de todos está ultimamente. Se dio vía libre sin reparo alguno para construir sin miramientos, sin pararse a pensar un momento si el lugar o el hecho en sí, era adecuado.

El problema viene más de fondo, y no es otro que el amiguismo y el clientalismo que siempre ha existido en España. Esa facilidad del poder para conceder permisos a diestro y siniestro, con la condición de poder sacar ellos algo a cambio. Y la construcción ha sido la gallina de los huevos de oro para esto. Para finalizar, una anécdota que quizás sea reveladora. Esta profesión siempre ha estado presente en la vida española. Mi padre tenía un juguete de una excavadora amarilla, creo recordar que yo también tuve algo así. ¿Con qué intención se fabrica ese juguete? ¿Acaso se hace algo parecido con alguna otra profesión? ¿Imaginan la cara que pondría un niño de hoy en día si le regalan eso? Es posible que esto sea lo que se nos ha querido inculcar desde siempre. Que para esto servimos, a esto nos tenemos que dedicar. Lo llevamos en la sangre.

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