lunes, 26 de noviembre de 2012

No te preocupes por nada...

"No te preocupes por nada...Frankie Cinco Ángeles" eso le dice Tom Hagen a Frank Pentangeli al final de una escena de El Padrino. He de decir que me parece una de las mejores escenas, ya no solo de la trilogía, si no de la historia del cine. Es curioso, porque sorprendentemente no es una de las más recordadas, o míticas (y estamos hablando de una serie de películas que si algo tiene son frases tópicas y repetidas hasta la saciedad). A mí me gusta esta escena por su profundo dramatismo, combinada con una elegancia poco apropiada para una situación así. Lo explico. Hagen va a hacer una visita a Pentangeli, refugiado en un cuartel militar de la CIA, ya que tras un error de entendimiento colabora con el gobierno y la justicia americana en su lucha contra el crimen organizado, particularmente contra la familia Corleone, de la que el abogado Hagen es representante. La escena se desarrolla así: 

A la pregunta de un asustado y perdido Pentangeli "Tom ¿y ahora yo qué hago?" se desarrolla una conversación como no hay otra y que me dará pie a explicar muchas cosas. "Tom Hagen: Cuando un complot contra el emperador fallaba a los conspiradores se le daba la oportunidad de que sus familias conservaran sus fortunas, ¿cierto? Frank Pentangeli: Sí, pero sólo a los ricos, Tom. A los pobres los mataban y les daban todos sus bienes al Emperador. A menos que fueran a su casa y se mataran; nada pasaba. Tom Hagen: Era un buen trato.Único. Frank Pentangeli: Sí, ellos se iban a casa y se daban un baño de tina con agua caliente , se cortaban las venas y se desangraban hasta morir y a veces les hacían una pequeña fiesta antes que lo hicieran." Si ya impresiona leerlo así, ver la escena, en pleno punto culminante de la película, y con una banda sonora que pone la piel de gallina, ya es espectacular. La forma en la que Tom Hagen incita al suicidio, es tan fina, que asusta más que cualquier método común en estos casos. La siguiente escena en la que aparece Frankie es en su bañera, tras cortarse las venas.

Sin embargo, no he entrado aquí únicamente para narrar una escena de cine (a pesar de que con gusto lo haría, ya que creo que merece la pena). No, lo que ocurre es que esta escena me da pie para hablar de un problema que es hoy (sorprendentemente) noticia. Es el de los suicidios. Los suicidios por desahucios. Quizá alguno piense que está muy lejos la causa de la muerte de Pentangeli de la de esta pobre gente, no obstante, yo no lo veo así.

El solución que Hagen ofrece a Pentangeli es el llamado suicidio forzado. Es un método de ejecución en donde a la víctima se le da a elegir entre cometer suicidio o enfrentarse a una alternativa peor, normalmente la ejecución pública o también puede ser la tortura previa a la muerte, o la muerte o algún daño a familiares o amigos. El motivo del suicidio podía ser económico, por qué no. Parece que ya nos va sonando más. El condenado, podía perder todas sus posesiones, y estos, en ocasiones, vistos ante tal humillación y un con un futuro muy negro por delante, preferían la muerte. Esto podía llegar a ser un acto honroso. El suicidio en ciertos casos estaba visto como legítimo.

Hoy, en España, tenemos un grave problema con los desahucios, y con todas sus consecuencias. Por primera vez la prensa está haciendo caso omiso a la recomendación de los psicologos de no publicar los casos de suicidio, para no provocar un efecto de repetición en gente que pueda estar en una situación similar. Puede que la razón sea el origen de estos casos, y sea ahí el lugar en el que los medios quieran enfocar la situación. Que esta situación inhumana no puede continuar. Es posible que se quiera poner nombre a los culpables. O si no les quieren llamar culpables, lo que han originado la situación, o se han aprovechado de ella. Que los bancos, o el gobierno de turno, sean un Tom Hagen. Y que las víctimas sean todas Frank Pentangeli. Aunque hay diferencias. Los errores cometidos por Frank, y los cometidos por estas personas, no tienen ni punto de comparación. Pero sí hay un sentimiento común, el de desesperanza, el de no ver un día siguiente, el de querer un punto y final, y tal vez, dar una oportunidad a los suyos. No puedo evitar imaginarme a un banquero, el cuál, tras su cliente firmar la hipoteca de su vida (del final de su vida) con una sonrisa le estrecha la mano, y le dice: "No te preocupes por nada, Frankie..."

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